Críticos de tenis, Patólogos y sembradores de sal

«El mundo necesita explicarse» es la frase preferida de los pensadores.

No para todos revela su significado central, el de que todo proyecto de organización humana demanda de un relato que lo sostenga. En general, los pensadores del sistema de pensar del mundo occidental se reservan la definición funcional de la frase, puesto que si el mundo necesita explicarse «acá estamos nosotros dispuestos a la tarea» a tanto por palabra.

Santiago Kovadloff acaba de publicar un libro que compendia sus columnas en el diario La Nación bajo el título «Los apremios del día». El matutino intenta una prelectura del texto desde una entrevista al autor que no excede las tácticas promocionales y que en contenido tampoco traspasa la frontera de los artículos agrupados en el libro.

Me propongo no una discusión en el terreno filosófico dada mi impericia y mi astenia para la tarea, mas si una acción de contrarelato necesaria, habida cuenta la impunidad con la que el pensamiento establecido machaca la letra de la cosmovisión colonial.

Para SK, aunque parece no lo ha advertido, la raíz de los problemas de la Argentina se encuentra exactamente en los sitios y en los momentos en los que ha intentado desembarazarse del destino impuesto a su condición de país semicolonial. Es decir, confunde fruto con raíz, y aún cuando el fruto encierra la semilla de la continuidad, se trata de un error fatal tanto en la Botánica como en la Filosofía.

Tal vez no sea mala intención. En cualquier caso SK no podría verlo dada las categorías utilizadas para el análisis y el método forzado por el que se obliga a enajenarse de las condiciones históricas del objeto que intenta describir. Esta metodología pone al «pensador» en la incómoda y desalentadora situación de quien observa un partido de tenis, haciendo puentes con la mirada entre lo que el país debería ser (según el modelo del otro objeto, el que está en el otro extremo de la cancha) y lo que el país no puede ser por las propias imposibilidades que le genera jugar su partido en la desventaja que le imponen las reglas hechas a la medida del adversario.

Se nota que Kovadloff está mareado y en su agotamiento decide criticar «el mal tenis» de la Argentina y mirar, a sólo efecto de corroboración, el letrero del marcador que nos tiene demasiados sets abajo.

 «Somos un país atrapado en modelos ineficaces y obsoletos –dice. Nuestra transición a la vida democrática está incompleta. Salimos del autoritarismo de Estado, pero no del caudillismo y del autoritarismo personal» 

Está claro que para SK el asunto pasa por el diseño institucional y no por los roles históricos de los actores interinstitucionales.

La Argentina parece no haber tenido una estructura económica dependiente, un forceps en su evolución social relacionado con esa estructura, un aparato pedagógico orientado a naturalizar su situación de dependencia, un sistema político formal que funcionara como control y garantía del sostenimiento de esas condiciones. Un sistema que no funciona mal, sino que bien, porque está en función de otro sistema superior, el del dominio, que lo diseña y lo perpetúa.

Fue justamente la dificultad de adecuación a esos modelos institucionales impuestos lo que generó, entre otros «males», al caudillismo como herramienta de compensación en los movimientos sociales. De manera que es razonable considerar que el caudillismo es más un resultado de la implementación de un sistema que una forma alterna al mismo. Es culpar al grano por la existencia de la infección.

La ecuación es otra, fácilmente comprensible para SK si no se obstinara tanto en mirar los libros contables en los que la Argentina no es una columna sino apenas un renglón: El problema en AL no es de contraposición de cosmovisiones sino de conflicto de intereses, puja que llevan ganando los grupos que tienen en el modelo dependiente su razón de ser.

 El diario La Nación no se ahorra en elogios al definir este desatino poco original de como «diagnóstico crudo». Si fuese yo poseedor de alguna reputación en el club de pensadores me animaría a decir que se trata mejor del diagnóstico de un «crudo» pero, más eficiente cocinero que «ethinker» del sistema, me atengo a asegurar que  lo de SK es más un recocido análisis del tipo de los guisos realizados con restos de comidas anteriores, todas según los protocolos de la Casa Central que explota los royalty del pensamiento hamburguesa.

Tampoco el matutino de los Mitre desaprovecha la oportunidad para subirle el precio al libro que manda a editar cuando afirma que no «escapa a profundos dilemas existenciales».

Rodolfo Kusch , quien no ha gozado precisamente de la atención editorial de la que disfruta SK, ofreció generosos aportes a la corriente del pensamiento existencial rompiendo con la trampa de  universalizar unas ideas para castrar a otras. Lo hizo desde su concepción de «pensar situado», es decir, reconocer el lugar del observador, sus condiciones históricas, las realidades surgidas al margen del pensamiento que intenta atraparlas desde afuera.

Por él, por Kusch, me hago la pregunta: ¿Atravesó América Latina un estado espiritual como el caracterizado por el «existencialismo»? Tengo certeza que esa pregunta noroccidental nunca fue hecha. La crisis europea que da lugar a la «cuestión universal» de esa corriente filosófica no tiene réplica en los países semicoloniales cuya cuestión del ser y de la identidad, cómo en cualquier entidad existente, demandaba sus propias interrogaciones.

Por la misma razón, la cuestión individual que se universaliza en Europa viene  más con tijera de «capador» en mano que con linterna de iluminador.

A pesar de la amenaza de las tijeras, seguir la prosa de SK nos coloca en lugares de tanta ingenuidad que no queda más que dudar de su inocencia.

“La Argentina está enferma de intolerancia, de autosuficiencia, de la presunción de que el fragmento reemplaza a la totalidad”.

La dialéctica política y social en cualquier segmento de la historia implica la imposición de paradigmas. Son partes que forcejean para imponerse al resto y constituir según su sistema, una totalidad. Confundir todas las partes con la totalidad abruma, sobre todo cuando tal  desconcierto proviene de un pensador que seguramente ha trabajado más que el amateur que escribe esta nota a autores como Thomas Kuhn. Una mirada complementaria de los conceptos de paradigma y hegemonía ayudaría mucho a salir del guirigay.

Creía superado, en mi ignorancia, esa idea decimonónica del progreso indefinido tanto como su representación en una trayectoria unívoca, en dónde los pasados son siempre inferiores a los presentes y estos a los futuros.

Debo de haberme perdido algún revisionismo en la materia puesto que SK sostiene: “Progresar es revertir estos problemas con un alto grado de comprensión sobre el porqué de nuestra inactualidad, de nuestra pérdida de protagonismo en el mundo”.  Para añadir: «Estamos más cerca del pasado que del porvenir».
 

 Y adiciona: «Estamos más cerca de la simulación que de la autenticidad, y nuestra organización política descansa más sobre el temperamento que sobre la ley».

Para quien hace como pocos de la duda una jactancia intelectual, SK blande portentosos abolutos, como esta consideración de la Ley. Más modesto y relativo pienso que la ley es una determinación del temperamento epocal. Esta libertad que me da la duda sobre la eternidad de la ley me ayuda a entender que cuando el temperamento real de una organización humana no logra imponerse por comunidad de intereses y consenso y de esta manera facultar «la Ley», se ingresa al estado de «inconciente cosmovisional reprimido» en estado de latencia bajo la otra ley impuesta por corsetes. Es una ley fracasada porque carece de consenso, y exitosa pues se sostiene de la violencia ejercida por unas minorías o por el agotamiento y la dormidera de las mayorías.

A pesar del título los textos de «Los apremios del día»  transitan con velocidad de morgue. El autor diagnostica con los tiempos del forense, a quien no urge la muerte, pero lamentablemente lo hace  sobre un cuerpo vivo: «Es urgente un esfuerzo desde lo político y de nuestras instituciones para entender las causas por las cuales la ética se divorcia del ejercicio del poder, y por qué éste queda asociado a un hegemonismo intolerante».

Un médico de sala de urgencias sabe que el poder no es una definición cualificable, sino una situación estratégica, una dimensión, definición y caracterización de la que Kovadloff debería darse por enterado con la simple remisión a Gramsci y a Foucault. En tanto situación estratégica, el poder funciona en nuestros países semicoloniales como poder de control, ya que los grupos que lo detentan resignan las posiciones institucionales para poder presionar sobre ellas, enajenarlas, asociarlas a las prácticas del fracaso que garanticen la continuidad de lo establecido, sirviendo su frustración, adicionalmente, como advertencia de los riesgos del cambio. La simulación es la de plantear la sinonimia de Gobierno y Poder, cuando resultan actores y naturalezas muy diferentes.

La tranquilidad del patólogo que ostenta SK parece relajarlo en demasía, tanto como para cometer con su bisturí errores de cirujano principante. Pongo estos casos como prueba frente al tribunal del Colegio Médico-filosófico:

“Llamo “saber conjetural” al que, sosteniendo con convicción la defensa de principios, valores e hipótesis, está dispuesto a entender que en su propia concepción de las cosas no se agota la comprensión de la verdad; que hay margen para que otras perspectivas, valores y creencias puedan matizar con su propia razón la nuestra. Pero no significa una tolerancia escéptica. Quiere decir que todas las partes son imprescindibles para formar un conjunto; buscamos una cultura orquestal, sinfónica, abierta a la idea de la integración para contrarrestar uno de los males fundamentales de la sociedad: la fragmentación, la diáspora del conocimiento en una infinidad de especialidades discontinuas que no aspiran a buscarse unas a otras, sino a imponerse unas a otras. Existe también una hegemonía epistemológica. Hay disciplinas e ideologías que aspiran a concentrar en sus manos la totalidad del saber, lo cual, además de falso, es peligroso. Lo mejor es tener parte de razón y no toda»

Que hermosa paradoja. ¿Tendrá Kovadloff en este punto toda la razón?

Y hay más.

-Uno de los males de nuestro tiempo es el que resulta de la pérdida de valores universales; es decir, consensuar. Las democracias más desarrolladas en tantos órdenes objetivos no necesariamente lo están en los órdenes subjetivos y morales. Hoy, los países del Primer Mundo son de cuarta desde el punto de vista de la capacidad emblemática de representar grandes valores éticos y espirituales. ¿Hoy? ¿Ayer sí? ¿El ayer del genocidio africano es de primera en el orden subjetivo y espiritual? ¿El ayer del genocidio americano? ¿El ayer de los imperios Romano, Español, Británico? ¿El ayer de las grandes guerras?¿ El ayer del holocausto, de Hiroshima?

Y finalmente: “Hemos logrado una integración significativa en lo tecnológico y económico, pero estamos atrasados en lo ético y en el valor de la diferencia. Necesitamos que la globalización esté orientada a una sensibilidad mucho más planetaria, abierta a una conciencia clara de la interdependencia entre partes de un mundo que tiene su riqueza en la diferencia y no en la homogeneidad.»

Necesitamos también que los escorpiones no piquen, que la lluvia no moje, y que toda entidad que haya tenido éxito en su desarrollo contradiga porque sí su propia naturaleza. Sería difícil si no fuera imposible. Como resulta imposible que de la naturaleza del intelectual rentado salga alguna idea molesta para el que paga la renta.

Dice muy bien SK que: “Albert Camus escribió, hace más de medio siglo, estas palabras que deberían servir de acápite al emprendimiento de las transformaciones indispensables que aún estamos a tiempo de llevar a cabo: ‘Lo que me parece deseable en este momento es que, en medio de un mundo de muerte, se decida reflexionar sobre la muerte y elegir. A través de los cinco continentes, y en los años que vienen, una interminable lucha va a desarrollarse entre la violencia y la predicación. Es cierto que las posibilidades de la primera son mil veces más grandes que las de la última. Pero yo siempre he pensado que si el hombre que tiene esperanzas dentro de la condición humana es un loco, el que desespera de los acontecimientos es un cobarde. Y en adelante, el único honor será el de sostener, obstinadamente, ese formidable pleito que decidirá por fin si las palabras son más fuertes que las balas.’
 

Camus no debió haber conocido a los intelectuales de estos lares. Aquí la amenaza de bala compra la palabra, y la hace balas de otro calibre que son disparadas contra las palabras que enfrentan las balas. La violencia simbólica no fluye exclusivamente desde las pantallas del sistema mediático, sino que también se consagra en las catedrales del pensamiento semicolonial establecido como garantía de que nada habrá de ser dicho.

Como en Cartago, siembra de sal para que nada sea sembrado.