Vienen por todo

El ciclo de concentración mediática materializado en los noventa no sólo no ha cesado sino que, adicionalmente, ha incorporado dos movimientos centrífugos que hacen menos viable aún la posibilidad de un proceso de democratización de la palabra pública: Uno vinculado con las nuevas disponibilidades tecnológicas, el otro con la reducción del espacio político al espacio mediático.

 

Las voces alternas a este sistema oligopólico estamos confinadas a la marginación y a la marginalidad, asunto que sería de la insignificancia de los destinos personales sino estuviesen en juego lo que en otros tiempos se llamaban superiores intereses de la Nación. Si la senadora Cristina Fernández advierte o es advertida de esta situación es esperable que trace políticas públicas adecuadas a la realización de un espacio mediático garante del derecho principal a resguardo, que es el derecho ciudadano la información. Aún no se ven barcos en el sentido de esa corriente imprescindible.

 

 

La primera resignación es la de haber aceptado que los medios de gerenciamiento privado se hayan quitado la responsabilidad del carácter público que tiene todo medio de comunicación. Sin sonrojos y con bobalicona euforia los medios de gerenciamiento estatal se arrogan con exclusividad el carácter de medios públicos, consagrando así la pretensión de los privados de eximirse de sus obligaciones naturales y lanzarse sin limitaciones a la mercadotecnia de la comunicación.

 

Cuando se planteó en los primeros meses de 2004 el tema de los destinos de los medios públicos, se soslayó (y aún se soslaya) una cuestión central en esa discusión. Todos los medios son públicos. Hay medios públicos de gestión privada, medios públicos de gestión estatal y medios públicos de gerenciamiento a cargo de otro tipo de organizaciones, cooperativas, clubes, asociaciones intermedias, etc. Esto significa, lisa y llanamente, que la cuestión del cómo en el espacio público es cuestión regulable por la administración de lo público, que sigue siendo el Estado.

 

Los falsos cultores del primermundismo desconocen la materia legal que los principales países europeos tienen sobre el carácter social y nacional del espacio radioeléctrico en dónde los Estados y sus convenciones recíprocas no ceden el derecho de regulación de la utilización de ese espacio. Tiene que venir Hugo Chávez, recidiva del caudillismo decimonónico según sus detractores, para plantear esta cuestión ante la mirada deliberadamente distraída del sistema mediático hegemónico.

La concentración de los medios y su amenaza a la democracia no parece alterar a los democráticos periodistas y comunicadores empleados por ese sistema.

 

No escucho, por dar un ejemplo, a los periodistas que hablan de la caricatura del menemato hacer referencia a la enajenación de medios practicada durante la década del menemato ni a la disimulación de la naturaleza pública de los medios de comunicación. No los escucho, no los leo, no los veo.

 

El desarrollo tecnológico de las comunicaciones ha variado en versión recargada para seguir siendo lo que ha sido siempre el sistema de medios en la Región. Las noticias que se generan en los países rara vez alcanzan a superar el filtrado de las agencias noticiosas llamadas Internacionales, y  si bien los nuevos medios electrónicos en la RED, y la subida al satélite son un acceso relativamente posible, la gran difusión se encuentra concentrada en pocos medios masivos quienes detentan la CONSTRUCCIÓN DE LA AGENDA tanto regional como en los países integrantes.

 

Salvo intentos incipientes como Telesur, la mayoría de la información es administrada por las grandes cadenas televisivas, y los espacios informativos se saturan dejando poco o nulo lugar a la circulación de información propia en el interior de la región.

Las categorías informativas, es decir los moldes de noticias  se construyen también en los grandes centros bloqueando temáticas y cambiando la jerarquía de las informaciones de acuerdo a un esquema de intereses generalmente opuestos a los de los países de América Latina.

 

Cualquier intento de los gobiernos de plantear una política de comunicación alterna es denunciado por las corporaciones como atentatorio contra la «Libertad de prensa», y los medios de los Estados son, en cada país, sistemáticamente confinados al desfinanciamiento   y alejados de los mercados informativos y de la incidencia en la «lucha» por la formación de corrientes de opinión.

 

La palabra propia y las palabras alternativas son acorraladas en circuitos lejanos a la comunicación masiva. En un tiempo en que el poder de la comunicación es casi omnímodo, el panorama resulta desolador. La comunicación comercial, la información de mercados regionales es prácticamente inexistente a sola excepción de lo que se ofrece y demanda a través de INTERNET, que constituye un conglomerado de esfuerzos aislados, sin sistema y sin poder de organización.

 

De toda la producción intelectual y material de los países de AL solo se socializa en la región una parte menor, generalmente relacionada con los estándares informativos diseñados por el sistema mediático y la superestructura cultural de ese sistema.

 

No se advierte en este esquema qué posibilidades tendrán los proyectos de integración que asoman en la palabra y la diplomacia de nuestros países. No se imagina que supervivencia podrá tener la política regional que, al menos desde el discurso, preconizan Kirchner, Lula, Chávez, Morales y Correa.

 

En la Argentina el mapa de relación grupos económicos-medios de comunicación-oligopolios cada vez se estrecha más. Los gobiernos que sobrevengan de las democracias condicionadas por este sistema deberán imaginar algo más que acuerdos garantistas para la propia supervivencia. Esa gente viene por todo.