¡Por qué no te callas!

¡Por qué no te callas! es la orden que se daba a los muleros, a los lacayos, a los sirvientes y, por extensión, a cualquiera de cuna plebeya; quizá el arresto de altanería recidiva de quien fuera reserva monárquica, luego palafrenero del franquismo como escalón previo a representante de las empresas españolas (y sus mixturas) en las viejas colonias.

Chávez es un insolente en todas sus acepciones. Atrevido de la boca que no debe decir lo que es. Descarado de la cara que pone el funcionariato internacional bajo la estética diplomática. Temerario porque no mide, no mensura, no se mesura. Irreverente porque desconoce la reverencia anacrónica de la democracia liberal burguesa para con los oropeles falsarios de las monarquías parlamentarias.

Chávez es un insolente, Juan Carlos de Borbón un petulante extremo que no trepida en atropellar soberanías y en desmerecer a los representantes de los pueblos de América Latina.

La cuota de insolencia de Chávez es tan necesaria a la política de la región como la mesura de Bachelet o la conducta pendular de otros mandatarios. Todos ellos usan el escenario común para consolidar lo de común que hay en nuestros intereses. De pronto, en una discusión legítima, una discusión que no rompe sino que aclara, irrumpe la orden. Una frase imperativa, desaforada, ofensiva para todos y cada uno de los representantes de los pueblos allí congregados. Porque eso fue, una deslegitimación de las múltiples voluntades populares que sostienen a duras penas sus democracias en la región. Democracias que pulsean contra las presiones de adentro y de afuera y que se encuentran en camino de reunir sus voces en una polifonía mejor para hacerse escuchar más rotundamente en los nuevos estadios del mundo globalizado.

 

Parece que nadie se percató de esto. No hay escándalo ante el exabrupto, que no descalifica conceptualmente, no discute, no argumenta, ni siquiera puede considerarse como auténtica manifestación de fastidio, sino que pretende clausurar toda discusión desde una supuesta potestad de hacerlo.

 

 

¿Quién le exigirá la disculpa?

 

Estaba ahí en la vigilancia de los intereses de algunos españoles, bien que no de todos y menos de la mayoría, y plantó la arrogancia de un derecho que nadie le ha dado en estos suburbios del mundo occidental.

No se le sabía temperamental hasta hoy, como jamás se le escuchó alguna inteligencia en casi cuarenta años de protagonismo. Hoy estalla con una furibunda impertinencia y se retira de un cónclave en el que no debería haber estado. Todo lo que sabemos de él está relacionado con la farándula política y sus antecedentes como patrocinador de negocios y alfombra persa del franquismo.

 

El gobierno argentino debería reconsiderar, en el futuro, la pertinencia de otorgarles a estos personajes la responsabilidad de mediar en conflicto alguno que la Nación afronte. La región tiene que prescindir de ellos, no hay que facultarles la palabra a quienes nos quieren hacer callar para imponer su silencio.

 

Por el pueblo español amo el flamenco, tolero a los toros y me trago la repugnancia que me producen lo monarcas de estos tiempos, sus afeites de revista Caras, su relevancia sin más mérito que la herencia, sus funciones de lobbistas y su condición ornamental de porcelana de repisa.

Pero todo tiene su límite.

 

Esta entrada fue publicada el Lunes, 12 de Noviembre de 2007 a las 18:55