El mandamiento número once

Si vos sos Rey le podés pedir a un presidente que se calle, si sos un ex astro de la Fórmula Uno exigir que una candidatura a la primera magistratura de la Nación sea depositada a plazo indeterminado en el medio del orto, si sos Maradona podés pedir la continuidad de un servicio que, ignorábamos, le estaba brindando una parte de la prensa periodística argentina.
¿Interpreto mal? Si. Claro que interpreto mal, pero interpreto con el mismo nivel de capricho con que el sistema mediático aún concentrado de la Argentina la emprende con cualquier hecho de este presente público que llamamos actualidad.
Podría, en ese mismo temperamento, haber preguntado porqué en el tiempo en que Dios le ordenó a Noé la construcción del arca no hubo el escándalo de ahora, cuando en afán de metáfora le pide a la prensa continuidad de sexo oral.
Así las cosas de la locura.
Sí señor.
Tanto empeño en forzar la realidad, en divorciar los relatos de la vida de la vida misma nos trae a estos barrios linderos a la esquizofrenia. Cuando cualquier nimiedad es considerada escándalo, cuando los verdaderos escándalos son reducidos a nimiedad, cuando se le pide a las formas que hagan el papel de fondo, cuando se pretende que lo que no es sea a fuerza de sólo repetirlo, llegamos a estos arrabales.
Todos los días, paradójicamente organizado, el “caos” se hace puntualmente presente en la ciudad de Buenos Aires para que la protesta social se convierta en una noticia del tránsito, con vistas a hacerse pronto parte de la meteorología.
Cada mañana un obispo será la preocupada voz social de la pobreza que enmudece ante el salvajismo que las patotas de la UCEP le dispensan a centenares de argentinos en situación de calle.
Cada día se le ofrecerá a nuestra cultura cívica un compendio de los más grandes éxitos de Macri, De Narváez, Fernando Iglesias, Moria Casán, Susana o Mirtha.
De tanto en tanto, como para cumplir la cuota, un intelectual de fuste como Marcos Aguinis (largamente logrado en la excelencia del mal escribir) horadará la piedra con la brutalidad de la nadería, el lugar común o la ramplonería autoglorificada. En tanto, y por imperio de esa misma brutalidad, José Pablo Feinmann y Nicolás Casullo deberán fregarse, el cuerpo uno y el alma el otro, para quitarse las “K” que la tinta mediática les pringa con pertinacia y frenesí.

Ocurrirá también, con un ciclo diario de oportunidades, que el racismo y la discriminación invadirán los ojos de nuestros hijos sin que ninguna puerta “Pentágono” impida su violencia. Así los “negros de mierda” se multiplicarán en muchas bocas casi al ritmo en que crece la impiedad y el riesgo de la disolución social, consagrado por la misma pantalla que te vende el champú con el lavado de cabeza.
Travestis sexuagenarios con menos glamour que la presentadora de noticias matinal de América 24, junto a periodistas andróginos y animadores vestidos de clown ofrecerán diariamente una crítica de valores morales con estudios de campo hechos tras bambalinas o en los recónditos pasillos que conducen a los camerinos. Todo así, sin solución ni piedad en la continuidad, alternando acrobacias de caño con cámaras ocultas en restoranes, o improvisados micros porno logrados con cámaras digitales de celulares, integrando el llamado periodismo de espectáculos de la televisión.

Maradona es para mí el mejor jugador de todos los tiempos, tal vea sea el peor técnico, no lo sé, pero si sé que es un hincha más. Y en ese sentido ayer cantó lo que cualquier hincha “Yo soy del rojo no me importa lo que digan…el periodismo…la policía…” poniendo a ambos en un mismo rango de desprecio.
Estará mal, bien….no importa, porque la moral pixelada de las pantallas no tiene de dónde tomarse para justificar ni una sola palabra sancionatoria, y en ese sentido tendrá que obedecer a los designios de Dios y cumplir eternamente la metáfora: seguir chupando.

Tato Contissa, el jueves, 15 de octubre de 2009 a la(s) 18:58 ·