Un Backstage sobre el peronismo y los medios

Este artículo ha sido publicado en el primer número independiente de la revista CONTRAEDITORIAL en respuesta a una opinión publicada por Pablo Sirvén.

Ni el peronismo es una entidad hierática ni el sistema mediático es un agente de la cultura que no haya sufrido profundas modificaciones especialmente en los últimos sesenta años. De manera que ofrecer un inventario de contactos mutuos a los largo de sus historias es, cuanto menos, una ingenuidad epistemológica.

Es que la aventura de un ensayo sobre las relaciones entre peronismo y medios es demasiado valiosa como para reducirla a la metáfora de la película siempre vista.

Justifica a quienes siguen esa vocación por la simpleza, el hecho de que la sociedad contemporánea no ha dado, ni en la Argentina ni en el mundo, una revisión sobre la naturaleza de la relación de los sistemas mediáticos con procesos históricos que impliquen revulsión política y social. En el país, precisamente, nadie (que conozca) se ha ocupado de la relación entre el sistema mediático argentino y el peronismo, considerado éste un fenómeno político y social de identidad única en la última mitad del siglo veinte.

Los intelectuales europeos se encuentran encarcelados en las categorías filosóficas y políticas acuñadas a la luz de sus propios procesos históricos. Estas lentes se han mostrado siempre incapaces para observar fenómenos políticos en América Latina y el Tercer Mundo. Con los argentinos, y con la mayoría de los intelectuales de la Argentina, la posibilidad de la excusa se hace menos posible.

Mirar al peronismo en relación con los medios de comunicación es, en primer lugar, la toma de un caso de la dialéctica natural entre los sistemas sociales y lo procesos históricos. Una dialéctica que si no se desarrolla de manera reversible nos puede hacer caer en el error de tomar las categorías del sistema como las categorías del análisis. Es lo que sucede cuando se mira esa realidad desde las ventanas de los grandes diarios o de las inefables pantallas del sistema mediático o desde el cine de la película reiterada.

La reversibilidad requerida, por otra parte, implica también considerar las categorías surgidas como consecuencia del desarrollo de ese proceso histórico llamado peronismo y que no es otra cosa que una cultura, es decir, a su vez, otro sistema.

En segundo lugar, algunas observaciones preliminares respecto de ese sistema mediático resultan imprescindibles para la comprensión de la relación que indagamos. Decir, por ejemplo, que el sistema mediático no es homogéneo y que en él pueden observarse localizaciones, alturas, es decir áreas topográficas diferentes, todas ellas irreductibles a la variada naturaleza tecnológica que presenta y no desdeñar la dinámica de la historia con los cambios sustanciales que ha provocado en todo el sistema de la cultura. Quiero decir con esto que la alta concentración de medios, por caso entre otros casos, es un estado al que hay que atender mucho más que a la simple división entre medios audiovisuales y prensa gráfica, puesto que la construcción de la agenda se uniformiza independientemente del soporte técnico que la exprese (radio, TV, primeras planas).

Tampoco puede dejarse de  recordar que dentro de ese sistema mediático, una diferenciación funcional llamada periodismo actúa como reconstructor de los fenómenos de opinión pública y del resto de los subsistemas de representaciones que tienen como fanal, fuente y escenario a los medios de comunicación de masas.

Verdad de Perogrullo ésta última, que es religiosamente reemplazada en el discurso y la conciencia por la idea absurda de que el periodismo es un transmisor de realidades puras sobre las que se practican ciertas técnicas de producción.

(Ver nota: Reflectores, encandilados y enceguecidos)

Toda vez que recuerdo en voz alta que el sistema mediático en cualquier país de Occidente es una estructura operativa simbólica de la democracia burguesa, los ojos de un sinnúmero de colegas pierden ese brillo de progresismo que suele iluminar las más  de sus observaciones acerca de la realidad.  Un asombro que anida en la ignorancia de que el capitalismo y su sistema de generación simbólica están decididos a albergar, pero en versiones descafeinadas, a todo el espectro ideológico de la humanidad. Dicho de otro modo, igual que con el colesterol, es posible imaginar la existencia de un nacionalsocialismo bueno y uno malo, de un capitalismo bueno y uno malo, de un socialismo bueno y uno malo. Los buenos son los sistémicos, los malos aquellos que alojan fuera del sistema y “lo amenazan”. Atentos con la palabrita.

Si en algo el peronismo conserva su estigma revulsivo es justamente en el hecho de que, a diferencia de lo mencionado, no registra en el sistema mediático y en la concepción del periodismo hegemónico una versión buena, aceptable, sistémica. En ese sentido sigue siendo como lo caracterizara el  decir de John W. COOKE: “ el hecho maldito de la argentina burguesa”.

Siendo así no habría que explicar cosa alguna para asentir en el hecho de que el peronismo y los medios no se llevan, no pueden llevarse, naturalmente son antagónicos.

Es el sistema tiende a eximirse de explicaciones que lo conviertan en un polo, una opción, una posibilidad o uno de los extremos de una dialéctica. Su posición hegemónica lo lleva a producir significaciones que consoliden sus visiones parciales y su cosmovisión como únicas. Así los conceptos de “economía” siempre se resuelven dentro del universo conceptual de la economía capitalista, su concepto de “ciencia” lo mismo, como cualquier otro discurso propio que se establece como discurso dominante primero y excluyente después.

De manera que, puestos el dios y los altares, prontamente la cuestión de la posición divorciada entre el sistema mediático y el peronismo se explica en términos del ataque y las restricciones que el peronismo ha realizado, efectivamente, a la libertad de prensa.

Conviene detenerse en esta cuestión puesto que por sí es capaz de explicar una de las razones por las cuales la naturaleza de lo mediático procede naturalmente a indisponerse contra cualquier manifestación de insurgencia y viceversa.

Dije bien, que el peronismo ha atentado ocasional y no tan ocasionalmente contra la libertad de prensa. Ha cercenado esa libertad, ha aplicado censura, ha presionado sobre los medios a veces sistemática y a veces furiosamente.

No curiosa, sino lógicamente, el peronismo ha realizado con mayor violencia esa política en los períodos de su historia en los que más peronista fue. Digo, especialmente, en los dos primeros gobiernos de Juan Perón.

Si aceptamos que, al menos por partida de nacimiento, los gobiernos que componen el decenio de Carlos Menem son peronismo, digamos que en sentido inverso fue en esos, los años del peronismo menos peronista de la historia, cuando más se facilitó la libertad de prensa y la relación de los grupos económicos y de poder con el sistema mediático. Desde la privatización de los medios en manos del Estado, hasta la ruptura de las trabas legales para la constitución de monopolios multimediáticos pasando por la archiconocida “cadena de la felicidad”, fue durante ese período en que más se gozó en el país la libertad de prensa.

Ahora bien, hay una distinción que el sistema no hace, que la prensa no hace, que los periodistas no hacen, que los politólogos y comunicólogos no hacen. Una distinción central que nadie hace. No son ni la libertad de prensa, ni la libertad de expresión los fundamentos de la libertad ciudadana que los principios democráticos necesitan garantizar. El derecho base a garantizar, derecho que le da sentido a la libertad de expresión en general y de entre ellas a la libertad de prensa, es el derecho a la información. Se trata del derecho esencial del ciudadano, para su toma de decisiones, para el ejercicio de su libertad, para la garantía del sistema y la transparencia en el ejercicio de los poderes y potestades que confiere.

Si se mide bien, habemos infinidad de casos en que la libertad de prensa de los medios de la democracia burguesa implican cercenamientos flagrantes al derecho ciudadano a la información.

Si es cierto que el peronismo no ha sido campeón de las libertades de expresión y prensa, también es cierto que sus gobiernos no han sido los mejores y emblemáticos en el ejercicio de la censura, la restricción o el cercenamiento de esas libertades. Podría hasta mejor afirmarse que se ha mostrado en las más de las veces bastante torpe para el ejercicio de la regulación, la censura y la restricción de esas libertades si se lo compara, por ejemplo, con los períodos del fraude o las dictaduras cívico-militares de la segunda mitad del siglo XX.

La respuesta es sencilla: sólo los verdaderos poderes que operan detrás de los cortinados de esa versión de la democracia tienen el derecho y la potestad de ejercer censura, regulación y cercenamiento, en última instancia a su propia prensa y a su propia libertad de expresión. Lo hará a través de las presiones económicas o a través de sus gobiernos, de urna o facto, que de ambos han tenido.

De manera que, repito, la razón de la mala prensa del peronismo respecto de la prensa se explica si somos capaces de reconocer la pertenencia del sistema mediático por origen y por cultura al modelo democrático burgués por un lado, y al carácter insurgente y revolucionario del peronismo frente a ese modelo. El resto resulta de la interacción de ese sistema con el proceso histórico, de ella, la experiencia individual y colectiva del periodismo se tinta en enfrentamiento, temor y antipatía natural al peronismo. De generación en generación, de maestros a alumnos, de la escuela a la Universidad, de derecha a izquierda según las categorías de mapeo político del Occidente europeo, para un periodista no debe haber nada peor que un peronista.

También está cierto y claro decir que el peronismo jamás supo qué y como hacer en el sistema mediático, casi como decir que jamás tuvo seria política de medios.

Para ser más exacto, revisando la historia, el peronismo no ha sabido cuando ha podido y no ha podido cuando ha sabido.

Hasta ahora.

Por las circunstancias que fueren, el golpismo mediático que azota a América Latina bien podría ser una razón, el gobierno peronista de Cristina Fernández de Kirchner ha interpretado la oportunidad y se dispone, con “la amenaza”  de una Ley de Radiodifusión de la democracia, a democratizar la palabra pública. Todas las luces rojas de emergencia del sistema se han encendido, “el hecho maldito” vuelve a conmocionar al “establishment” que ha medrado con el mamarracho jurídico de la ley de la dictadura.

El peronismo había traído en sus albores otras voces al escenario de la política. Insolente y “procaz” para los que detentan la palabra pública, ahora quiere ponerlos en igualdad de ley frente a todas las voces del presente, inclusive a aquellas que no le son propias. Demasiada democracia para quienes sentados a ver películas repetidas en el cine, desconocen las técnicas reveladoras del Back Stage.