Todas las entradas de: Tato Contissa

La Universidad de Lomas despide a un grande: Adiós Tato

Publicado en InfoRegión, el sábado 28 de enero de 2012

Ir a la página

Néstor «Tato» Contissa falleció ayer. Tenía 57 años, fue un destacado docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ), reconocido periodista de extensa trayectoria en una gran cantidad de medios, incluido Info Región, y autor varios libros. Pasional en las aulas y en la vida, tenaz impulsor del debate y del intercambio, dueño de una exquisita pluma, una marcada agudeza para el análisis y un gran compañerismo, murió esta mañana luego de una larga lucha contra el cáncer. La UNLZ despide a uno de sus grandes maestros.


 

A los 57 años y tras una larga lucha contra el cáncer, ayer por la mañana falleció Néstor “Tato” Contissa, reconocido periodista y docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ).

“Tato” -tal el nombre con que lo conocían tanto sus compañeros como sus alumnos- nació el 28 de agosto de 1954 Ingeniero Jacobacci, un pueblo que queda a 200 kilómetros de Bariloche, en la provincia de Río Negro. Allí, en su juventud, pasó por muchos de los medios de comunicación locales, tanto televisivos y radiales como gráficos, y luego se trasladó a Buenos Aires, dónde formó su familia y desarrolló el resto de su nutrida carrera profesional.

Contissa se licenció en Periodismo en 1984 y entre muchos otros cargos y funciones llegó a ser subdirector de Radio nacional, cuando la dirección estaba a cargo de Mona Moncalvillo.

En la Facultad de Ciencias Sociales de la UNLZ fue fundador de la Coreceso (Comisión recuperadora del Centro de Estudiantes) en los años ochenta y fundador del Funap (Frente Universitario Nacional y Popular).

Luego se desempeñó como investigador y docente por más de 15 años, y hasta la actualidad daba clases en la cátedra de Problemática Periodística.

Pasional en las aulas como en la vida y la militancia, “Tato” tenía el don de hacerse respetar por su saber, por su lucidez y su coraje, porque entablaba con sus alumnos una relación de pares donde el debate y el intercambio eran el eje. La discusión y formación de conceptos en el marco de ese intercambio, abierto y siempre profundo, eran una de sus marcas de estilo.

“Fue un gran tipo, muy comprometido con la profesión y con la política. Su compromiso fue tanto que incluso le costó haber quedado al margen de la «gran prensa» porque fue muy crítico de los grandes medios. Tato tomaba a la profesión como una herramienta de pensamiento y militancia. Fue un gran hombre y un gran docente”, lo recordó Francisco Lavolpe, vice decano de la Facultad de Ciencias Sociales.

«Peronista integral, como el arroz», como se definía, Tato Contissa tuvo una fuerte presencia en la batalla por la sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.

Como en Río Negro, en Buenos Aires también trabajó en numeros medios, entre ellos Info Región, donde fue editor hasta el año 2006.

En la actualidad, conducía el programa «Días como flechas» en la AM750, junto a Pancho Muñoz y también colaboraba en la agencia Télam donde aportaba artículos y cuentos. Escribió libros como «El juego del ahorcado»; «Macanas Puras» y «Salven a Clark Ken», con los que se ganó el respeto de colegas y lectores.

“(…) nadie hace nada en ansia de fracaso. Pero lo que hace trascendente cualquier hacer humano es, justamente, el hecho de que lo que hace trasciende al hacedor. Se trabaja para curar, confortar, mejorarle la vida al otro, tanto si se es médico, cura o cómico, y cuando viene el aplauso, el agradecimiento o la sonrisa el trabajo se muestra terminado, pero es sólo eso, un aviso: el domingo es mucho más que la campana”, escribió hace algunos años en una de sus tantas notas de su blog personal.

Desde ayer, en el muro de su página de Facebook, muchos agradecimientos y tristezas expresadas por la pérdida del amigo, el colega, el periodista o el docente, demuestran que lo que decía era verdad. “Lo que hace trascendente cualquier hacer humano es, justamente, el hecho de que lo que hace trasciende al hacedor”.

Tato será recordado por su impronta, su pasión, su compromiso y su exquisita pluma, inspiradora, seguramente, de muchas otras que vendrán. Sociales y el periodismo despiden a un gran hombre, y sin dudas a uno de sus grandes maestros.

 

¡Por qué no te callas!

¡Por qué no te callas! es la orden que se daba a los muleros, a los lacayos, a los sirvientes y, por extensión, a cualquiera de cuna plebeya; quizá el arresto de altanería recidiva de quien fuera reserva monárquica, luego palafrenero del franquismo como escalón previo a representante de las empresas españolas (y sus mixturas) en las viejas colonias.

Chávez es un insolente en todas sus acepciones. Atrevido de la boca que no debe decir lo que es. Descarado de la cara que pone el funcionariato internacional bajo la estética diplomática. Temerario porque no mide, no mensura, no se mesura. Irreverente porque desconoce la reverencia anacrónica de la democracia liberal burguesa para con los oropeles falsarios de las monarquías parlamentarias.

Chávez es un insolente, Juan Carlos de Borbón un petulante extremo que no trepida en atropellar soberanías y en desmerecer a los representantes de los pueblos de América Latina.

La cuota de insolencia de Chávez es tan necesaria a la política de la región como la mesura de Bachelet o la conducta pendular de otros mandatarios. Todos ellos usan el escenario común para consolidar lo de común que hay en nuestros intereses. De pronto, en una discusión legítima, una discusión que no rompe sino que aclara, irrumpe la orden. Una frase imperativa, desaforada, ofensiva para todos y cada uno de los representantes de los pueblos allí congregados. Porque eso fue, una deslegitimación de las múltiples voluntades populares que sostienen a duras penas sus democracias en la región. Democracias que pulsean contra las presiones de adentro y de afuera y que se encuentran en camino de reunir sus voces en una polifonía mejor para hacerse escuchar más rotundamente en los nuevos estadios del mundo globalizado.

 

Parece que nadie se percató de esto. No hay escándalo ante el exabrupto, que no descalifica conceptualmente, no discute, no argumenta, ni siquiera puede considerarse como auténtica manifestación de fastidio, sino que pretende clausurar toda discusión desde una supuesta potestad de hacerlo.

 

 

¿Quién le exigirá la disculpa?

 

Estaba ahí en la vigilancia de los intereses de algunos españoles, bien que no de todos y menos de la mayoría, y plantó la arrogancia de un derecho que nadie le ha dado en estos suburbios del mundo occidental.

No se le sabía temperamental hasta hoy, como jamás se le escuchó alguna inteligencia en casi cuarenta años de protagonismo. Hoy estalla con una furibunda impertinencia y se retira de un cónclave en el que no debería haber estado. Todo lo que sabemos de él está relacionado con la farándula política y sus antecedentes como patrocinador de negocios y alfombra persa del franquismo.

 

El gobierno argentino debería reconsiderar, en el futuro, la pertinencia de otorgarles a estos personajes la responsabilidad de mediar en conflicto alguno que la Nación afronte. La región tiene que prescindir de ellos, no hay que facultarles la palabra a quienes nos quieren hacer callar para imponer su silencio.

 

Por el pueblo español amo el flamenco, tolero a los toros y me trago la repugnancia que me producen lo monarcas de estos tiempos, sus afeites de revista Caras, su relevancia sin más mérito que la herencia, sus funciones de lobbistas y su condición ornamental de porcelana de repisa.

Pero todo tiene su límite.

 

Esta entrada fue publicada el Lunes, 12 de Noviembre de 2007 a las 18:55

El Gen

“Cuando no había televisión, ese mundo a los pies, violento, absurdo, idiota, esa novela canallesca escrita por un loco»

Alfredo Zitarrosa

El inconfeso precepto reza algo así como: «nada es tan importante que merezca ser tratado de otra manera que no sea la manera de los medios y nada es tan poco importante que no adquiera relevancia cuando es tratado por los medios de comunicación». («Salven a Clark Kent», Corregidor, Buenos Aires 2005)

Lo pensé hace unos cuatro años, cuando ignoraba que la genética y la democracia telefónica hubieran de tener tanta incumbencia en la comprensión de la historia de la Argentina. Tampoco imaginaba entonces que las ideas de Menguele sobre el determinismo hereditario hubiesen prosperado tan inesperadamente en el terreno de las ciencias sociales que traduce la televisión.

No consuela que tal vez sólo se trate de un juego, porque «El Gen Argentino» en tal trance, juega con lo que carece de repuesto. Tal vez pueda decirse que sólo se trata de un programa de televisión, pero únicamente si se cree que, en los tiempos de la sociedad mediática, un programa de televisión pueda ser sólo un programa de televisión.

Lo dramáticamente cierto es que «El Gen Argentino» carece de todos los rigores sobre los cuales la historia ofrece su sentido del pasado para la mirada del presente. Las técnicas historiográficas acusan ausente, la concepción historiológica es nula, y los hechos históricos padecen de naufragio continuo en los caprichosos mares del SMS.

Si se pretende experimento habrá de ser mediático y no historiográfico, porque nada se halla tan divorciado de la ciencia como este sistema de mutilaciones que hace el camino inverso al del Dr. Frankenstein, arrancando de cuajo a los personajes de sus tiempos y encajando sus pingajos sangrantes en una extraña galería de cera virtual. Así ni Guevara es Guevara, ni Gardel es Gardel, ni Perón ni Evita, ni Borges o Maradona, pueden resultar otra cosa que una réplica ortopédica de sus propias sombras aberradas por la enloquecedora luz de los sets.

Ahora, si se pretende política de la historia, El Gen Argentino resulta un remozamiento de lo que la historiografía oficial y tradicional construyera como relato a partir de Caseros. Al menos, el resultado es el mismo: ausencia absoluta de las corrientes políticas e ideológicas del país y la región, y conversión del pasado en una hierática galería de bustos desustanciados a fuerza de biografismo y procerato.

Podría, en síntesis, tratarse de un desatino o una estupidez. Pero a medida que envejezco recupero la curiosidad del niño. Mirando detrás del entarimado sobre el que se monta la escena, veo una silueta nítida que no es genética por cierto, sino pedagógica, y que resulta ser la vieja cuestión de una estructura de poder que explica el fracaso nacional denunciando las virtudes del país como defectos, y que educa en la autodenigración para consolidar las bases del sometimiento. Es la política de la férula, que no ayuda a crecer sino que somete a un único tipo de crecimiento.

Si Alfredo Zitarrosa tiene razón en el fragmento con el que abrimos estas líneas, El Gen Argentino es, sin duda alguna, un excelente programa de televisión.

Críticos de tenis, Patólogos y sembradores de sal

«El mundo necesita explicarse» es la frase preferida de los pensadores.

No para todos revela su significado central, el de que todo proyecto de organización humana demanda de un relato que lo sostenga. En general, los pensadores del sistema de pensar del mundo occidental se reservan la definición funcional de la frase, puesto que si el mundo necesita explicarse «acá estamos nosotros dispuestos a la tarea» a tanto por palabra.

Santiago Kovadloff acaba de publicar un libro que compendia sus columnas en el diario La Nación bajo el título «Los apremios del día». El matutino intenta una prelectura del texto desde una entrevista al autor que no excede las tácticas promocionales y que en contenido tampoco traspasa la frontera de los artículos agrupados en el libro.

Me propongo no una discusión en el terreno filosófico dada mi impericia y mi astenia para la tarea, mas si una acción de contrarelato necesaria, habida cuenta la impunidad con la que el pensamiento establecido machaca la letra de la cosmovisión colonial.

Para SK, aunque parece no lo ha advertido, la raíz de los problemas de la Argentina se encuentra exactamente en los sitios y en los momentos en los que ha intentado desembarazarse del destino impuesto a su condición de país semicolonial. Es decir, confunde fruto con raíz, y aún cuando el fruto encierra la semilla de la continuidad, se trata de un error fatal tanto en la Botánica como en la Filosofía.

Tal vez no sea mala intención. En cualquier caso SK no podría verlo dada las categorías utilizadas para el análisis y el método forzado por el que se obliga a enajenarse de las condiciones históricas del objeto que intenta describir. Esta metodología pone al «pensador» en la incómoda y desalentadora situación de quien observa un partido de tenis, haciendo puentes con la mirada entre lo que el país debería ser (según el modelo del otro objeto, el que está en el otro extremo de la cancha) y lo que el país no puede ser por las propias imposibilidades que le genera jugar su partido en la desventaja que le imponen las reglas hechas a la medida del adversario.

Se nota que Kovadloff está mareado y en su agotamiento decide criticar «el mal tenis» de la Argentina y mirar, a sólo efecto de corroboración, el letrero del marcador que nos tiene demasiados sets abajo.

 «Somos un país atrapado en modelos ineficaces y obsoletos –dice. Nuestra transición a la vida democrática está incompleta. Salimos del autoritarismo de Estado, pero no del caudillismo y del autoritarismo personal» 

Está claro que para SK el asunto pasa por el diseño institucional y no por los roles históricos de los actores interinstitucionales.

La Argentina parece no haber tenido una estructura económica dependiente, un forceps en su evolución social relacionado con esa estructura, un aparato pedagógico orientado a naturalizar su situación de dependencia, un sistema político formal que funcionara como control y garantía del sostenimiento de esas condiciones. Un sistema que no funciona mal, sino que bien, porque está en función de otro sistema superior, el del dominio, que lo diseña y lo perpetúa.

Fue justamente la dificultad de adecuación a esos modelos institucionales impuestos lo que generó, entre otros «males», al caudillismo como herramienta de compensación en los movimientos sociales. De manera que es razonable considerar que el caudillismo es más un resultado de la implementación de un sistema que una forma alterna al mismo. Es culpar al grano por la existencia de la infección.

La ecuación es otra, fácilmente comprensible para SK si no se obstinara tanto en mirar los libros contables en los que la Argentina no es una columna sino apenas un renglón: El problema en AL no es de contraposición de cosmovisiones sino de conflicto de intereses, puja que llevan ganando los grupos que tienen en el modelo dependiente su razón de ser.

 El diario La Nación no se ahorra en elogios al definir este desatino poco original de como «diagnóstico crudo». Si fuese yo poseedor de alguna reputación en el club de pensadores me animaría a decir que se trata mejor del diagnóstico de un «crudo» pero, más eficiente cocinero que «ethinker» del sistema, me atengo a asegurar que  lo de SK es más un recocido análisis del tipo de los guisos realizados con restos de comidas anteriores, todas según los protocolos de la Casa Central que explota los royalty del pensamiento hamburguesa.

Tampoco el matutino de los Mitre desaprovecha la oportunidad para subirle el precio al libro que manda a editar cuando afirma que no «escapa a profundos dilemas existenciales».

Rodolfo Kusch , quien no ha gozado precisamente de la atención editorial de la que disfruta SK, ofreció generosos aportes a la corriente del pensamiento existencial rompiendo con la trampa de  universalizar unas ideas para castrar a otras. Lo hizo desde su concepción de «pensar situado», es decir, reconocer el lugar del observador, sus condiciones históricas, las realidades surgidas al margen del pensamiento que intenta atraparlas desde afuera.

Por él, por Kusch, me hago la pregunta: ¿Atravesó América Latina un estado espiritual como el caracterizado por el «existencialismo»? Tengo certeza que esa pregunta noroccidental nunca fue hecha. La crisis europea que da lugar a la «cuestión universal» de esa corriente filosófica no tiene réplica en los países semicoloniales cuya cuestión del ser y de la identidad, cómo en cualquier entidad existente, demandaba sus propias interrogaciones.

Por la misma razón, la cuestión individual que se universaliza en Europa viene  más con tijera de «capador» en mano que con linterna de iluminador.

A pesar de la amenaza de las tijeras, seguir la prosa de SK nos coloca en lugares de tanta ingenuidad que no queda más que dudar de su inocencia.

“La Argentina está enferma de intolerancia, de autosuficiencia, de la presunción de que el fragmento reemplaza a la totalidad”.

La dialéctica política y social en cualquier segmento de la historia implica la imposición de paradigmas. Son partes que forcejean para imponerse al resto y constituir según su sistema, una totalidad. Confundir todas las partes con la totalidad abruma, sobre todo cuando tal  desconcierto proviene de un pensador que seguramente ha trabajado más que el amateur que escribe esta nota a autores como Thomas Kuhn. Una mirada complementaria de los conceptos de paradigma y hegemonía ayudaría mucho a salir del guirigay.

Creía superado, en mi ignorancia, esa idea decimonónica del progreso indefinido tanto como su representación en una trayectoria unívoca, en dónde los pasados son siempre inferiores a los presentes y estos a los futuros.

Debo de haberme perdido algún revisionismo en la materia puesto que SK sostiene: “Progresar es revertir estos problemas con un alto grado de comprensión sobre el porqué de nuestra inactualidad, de nuestra pérdida de protagonismo en el mundo”.  Para añadir: «Estamos más cerca del pasado que del porvenir».
 

 Y adiciona: «Estamos más cerca de la simulación que de la autenticidad, y nuestra organización política descansa más sobre el temperamento que sobre la ley».

Para quien hace como pocos de la duda una jactancia intelectual, SK blande portentosos abolutos, como esta consideración de la Ley. Más modesto y relativo pienso que la ley es una determinación del temperamento epocal. Esta libertad que me da la duda sobre la eternidad de la ley me ayuda a entender que cuando el temperamento real de una organización humana no logra imponerse por comunidad de intereses y consenso y de esta manera facultar «la Ley», se ingresa al estado de «inconciente cosmovisional reprimido» en estado de latencia bajo la otra ley impuesta por corsetes. Es una ley fracasada porque carece de consenso, y exitosa pues se sostiene de la violencia ejercida por unas minorías o por el agotamiento y la dormidera de las mayorías.

A pesar del título los textos de «Los apremios del día»  transitan con velocidad de morgue. El autor diagnostica con los tiempos del forense, a quien no urge la muerte, pero lamentablemente lo hace  sobre un cuerpo vivo: «Es urgente un esfuerzo desde lo político y de nuestras instituciones para entender las causas por las cuales la ética se divorcia del ejercicio del poder, y por qué éste queda asociado a un hegemonismo intolerante».

Un médico de sala de urgencias sabe que el poder no es una definición cualificable, sino una situación estratégica, una dimensión, definición y caracterización de la que Kovadloff debería darse por enterado con la simple remisión a Gramsci y a Foucault. En tanto situación estratégica, el poder funciona en nuestros países semicoloniales como poder de control, ya que los grupos que lo detentan resignan las posiciones institucionales para poder presionar sobre ellas, enajenarlas, asociarlas a las prácticas del fracaso que garanticen la continuidad de lo establecido, sirviendo su frustración, adicionalmente, como advertencia de los riesgos del cambio. La simulación es la de plantear la sinonimia de Gobierno y Poder, cuando resultan actores y naturalezas muy diferentes.

La tranquilidad del patólogo que ostenta SK parece relajarlo en demasía, tanto como para cometer con su bisturí errores de cirujano principante. Pongo estos casos como prueba frente al tribunal del Colegio Médico-filosófico:

“Llamo “saber conjetural” al que, sosteniendo con convicción la defensa de principios, valores e hipótesis, está dispuesto a entender que en su propia concepción de las cosas no se agota la comprensión de la verdad; que hay margen para que otras perspectivas, valores y creencias puedan matizar con su propia razón la nuestra. Pero no significa una tolerancia escéptica. Quiere decir que todas las partes son imprescindibles para formar un conjunto; buscamos una cultura orquestal, sinfónica, abierta a la idea de la integración para contrarrestar uno de los males fundamentales de la sociedad: la fragmentación, la diáspora del conocimiento en una infinidad de especialidades discontinuas que no aspiran a buscarse unas a otras, sino a imponerse unas a otras. Existe también una hegemonía epistemológica. Hay disciplinas e ideologías que aspiran a concentrar en sus manos la totalidad del saber, lo cual, además de falso, es peligroso. Lo mejor es tener parte de razón y no toda»

Que hermosa paradoja. ¿Tendrá Kovadloff en este punto toda la razón?

Y hay más.

-Uno de los males de nuestro tiempo es el que resulta de la pérdida de valores universales; es decir, consensuar. Las democracias más desarrolladas en tantos órdenes objetivos no necesariamente lo están en los órdenes subjetivos y morales. Hoy, los países del Primer Mundo son de cuarta desde el punto de vista de la capacidad emblemática de representar grandes valores éticos y espirituales. ¿Hoy? ¿Ayer sí? ¿El ayer del genocidio africano es de primera en el orden subjetivo y espiritual? ¿El ayer del genocidio americano? ¿El ayer de los imperios Romano, Español, Británico? ¿El ayer de las grandes guerras?¿ El ayer del holocausto, de Hiroshima?

Y finalmente: “Hemos logrado una integración significativa en lo tecnológico y económico, pero estamos atrasados en lo ético y en el valor de la diferencia. Necesitamos que la globalización esté orientada a una sensibilidad mucho más planetaria, abierta a una conciencia clara de la interdependencia entre partes de un mundo que tiene su riqueza en la diferencia y no en la homogeneidad.»

Necesitamos también que los escorpiones no piquen, que la lluvia no moje, y que toda entidad que haya tenido éxito en su desarrollo contradiga porque sí su propia naturaleza. Sería difícil si no fuera imposible. Como resulta imposible que de la naturaleza del intelectual rentado salga alguna idea molesta para el que paga la renta.

Dice muy bien SK que: “Albert Camus escribió, hace más de medio siglo, estas palabras que deberían servir de acápite al emprendimiento de las transformaciones indispensables que aún estamos a tiempo de llevar a cabo: ‘Lo que me parece deseable en este momento es que, en medio de un mundo de muerte, se decida reflexionar sobre la muerte y elegir. A través de los cinco continentes, y en los años que vienen, una interminable lucha va a desarrollarse entre la violencia y la predicación. Es cierto que las posibilidades de la primera son mil veces más grandes que las de la última. Pero yo siempre he pensado que si el hombre que tiene esperanzas dentro de la condición humana es un loco, el que desespera de los acontecimientos es un cobarde. Y en adelante, el único honor será el de sostener, obstinadamente, ese formidable pleito que decidirá por fin si las palabras son más fuertes que las balas.’
 

Camus no debió haber conocido a los intelectuales de estos lares. Aquí la amenaza de bala compra la palabra, y la hace balas de otro calibre que son disparadas contra las palabras que enfrentan las balas. La violencia simbólica no fluye exclusivamente desde las pantallas del sistema mediático, sino que también se consagra en las catedrales del pensamiento semicolonial establecido como garantía de que nada habrá de ser dicho.

Como en Cartago, siembra de sal para que nada sea sembrado.

 

Vienen por todo

El ciclo de concentración mediática materializado en los noventa no sólo no ha cesado sino que, adicionalmente, ha incorporado dos movimientos centrífugos que hacen menos viable aún la posibilidad de un proceso de democratización de la palabra pública: Uno vinculado con las nuevas disponibilidades tecnológicas, el otro con la reducción del espacio político al espacio mediático.

 

Las voces alternas a este sistema oligopólico estamos confinadas a la marginación y a la marginalidad, asunto que sería de la insignificancia de los destinos personales sino estuviesen en juego lo que en otros tiempos se llamaban superiores intereses de la Nación. Si la senadora Cristina Fernández advierte o es advertida de esta situación es esperable que trace políticas públicas adecuadas a la realización de un espacio mediático garante del derecho principal a resguardo, que es el derecho ciudadano la información. Aún no se ven barcos en el sentido de esa corriente imprescindible.

 

 

La primera resignación es la de haber aceptado que los medios de gerenciamiento privado se hayan quitado la responsabilidad del carácter público que tiene todo medio de comunicación. Sin sonrojos y con bobalicona euforia los medios de gerenciamiento estatal se arrogan con exclusividad el carácter de medios públicos, consagrando así la pretensión de los privados de eximirse de sus obligaciones naturales y lanzarse sin limitaciones a la mercadotecnia de la comunicación.

 

Cuando se planteó en los primeros meses de 2004 el tema de los destinos de los medios públicos, se soslayó (y aún se soslaya) una cuestión central en esa discusión. Todos los medios son públicos. Hay medios públicos de gestión privada, medios públicos de gestión estatal y medios públicos de gerenciamiento a cargo de otro tipo de organizaciones, cooperativas, clubes, asociaciones intermedias, etc. Esto significa, lisa y llanamente, que la cuestión del cómo en el espacio público es cuestión regulable por la administración de lo público, que sigue siendo el Estado.

 

Los falsos cultores del primermundismo desconocen la materia legal que los principales países europeos tienen sobre el carácter social y nacional del espacio radioeléctrico en dónde los Estados y sus convenciones recíprocas no ceden el derecho de regulación de la utilización de ese espacio. Tiene que venir Hugo Chávez, recidiva del caudillismo decimonónico según sus detractores, para plantear esta cuestión ante la mirada deliberadamente distraída del sistema mediático hegemónico.

La concentración de los medios y su amenaza a la democracia no parece alterar a los democráticos periodistas y comunicadores empleados por ese sistema.

 

No escucho, por dar un ejemplo, a los periodistas que hablan de la caricatura del menemato hacer referencia a la enajenación de medios practicada durante la década del menemato ni a la disimulación de la naturaleza pública de los medios de comunicación. No los escucho, no los leo, no los veo.

 

El desarrollo tecnológico de las comunicaciones ha variado en versión recargada para seguir siendo lo que ha sido siempre el sistema de medios en la Región. Las noticias que se generan en los países rara vez alcanzan a superar el filtrado de las agencias noticiosas llamadas Internacionales, y  si bien los nuevos medios electrónicos en la RED, y la subida al satélite son un acceso relativamente posible, la gran difusión se encuentra concentrada en pocos medios masivos quienes detentan la CONSTRUCCIÓN DE LA AGENDA tanto regional como en los países integrantes.

 

Salvo intentos incipientes como Telesur, la mayoría de la información es administrada por las grandes cadenas televisivas, y los espacios informativos se saturan dejando poco o nulo lugar a la circulación de información propia en el interior de la región.

Las categorías informativas, es decir los moldes de noticias  se construyen también en los grandes centros bloqueando temáticas y cambiando la jerarquía de las informaciones de acuerdo a un esquema de intereses generalmente opuestos a los de los países de América Latina.

 

Cualquier intento de los gobiernos de plantear una política de comunicación alterna es denunciado por las corporaciones como atentatorio contra la «Libertad de prensa», y los medios de los Estados son, en cada país, sistemáticamente confinados al desfinanciamiento   y alejados de los mercados informativos y de la incidencia en la «lucha» por la formación de corrientes de opinión.

 

La palabra propia y las palabras alternativas son acorraladas en circuitos lejanos a la comunicación masiva. En un tiempo en que el poder de la comunicación es casi omnímodo, el panorama resulta desolador. La comunicación comercial, la información de mercados regionales es prácticamente inexistente a sola excepción de lo que se ofrece y demanda a través de INTERNET, que constituye un conglomerado de esfuerzos aislados, sin sistema y sin poder de organización.

 

De toda la producción intelectual y material de los países de AL solo se socializa en la región una parte menor, generalmente relacionada con los estándares informativos diseñados por el sistema mediático y la superestructura cultural de ese sistema.

 

No se advierte en este esquema qué posibilidades tendrán los proyectos de integración que asoman en la palabra y la diplomacia de nuestros países. No se imagina que supervivencia podrá tener la política regional que, al menos desde el discurso, preconizan Kirchner, Lula, Chávez, Morales y Correa.

 

En la Argentina el mapa de relación grupos económicos-medios de comunicación-oligopolios cada vez se estrecha más. Los gobiernos que sobrevengan de las democracias condicionadas por este sistema deberán imaginar algo más que acuerdos garantistas para la propia supervivencia. Esa gente viene por todo.

 

Mármol y Patinado, Periodismo y Literatura

«La tercera vez que lo mencioné gané el tercer silencio distraído. Y ese sonó más que ninguno»
 

        Cada vez que el julio de este hemisferio hace valer su frío, se encienden las hornallas obligadas de los homenajes. Eva Perón es una pira ineludible para los flamígeros del pensamiento establecido en la Argentina *. La chispa que arroja el pedernal es una rara especie de pudor que ostenta la intelectualidad de papel prensa, puesto que contiene la honestidad inevitable de la primera acepción y el hedor insoportable de la segunda extensión que tiene la palabra. Téngase claro que esa rara especie resulta el único pudor del que disponen los rufianes.

Tropiezan con la cacofonía de que Evita es inevitable.

Tan ocupados en Perón que la sobrevivió veintidós años, desatendieron la magnitud del fantasma que creció en la memoria del pueblo y se coló en la universalidad de los íconos. Cuando quisieron retomar el escarnio, era tarde. La puta ya era santa.

¿Cómo abordar el altar entonces sin recibir el castigo de su custodio multitudinario?

El mármol que talló la historia solo se pule con mármol, ya no es tiempo de cinceles torpes y asesinos. Así trabajan hoy los miserables.

José Mármol, pluma olvidable sino fuese por sus servicios, inventó empero un modo de fascinación libresca: la técnica del patinado literario. Novela histórica llamaron a esa emulación de la práctica pictórica menor.

Se trata de cubrir la realidad de un tiempo con una gruesa capa de pintura, dejarla secar por el olvido, y luego quitar aquí y allá con una lesna fragmentos para que asome lo que fuera cierto y verdadero. Finalmente, con una esponja fina, pringar al acaso con colores más contemporáneos, dolores, rencores, prejuicios, rumores y maledicencias. Y así queda logrado. Una novela histórica que cumple funciones de novela sin tener mérito de serlo y que cuenta una historia que trastorna el pasado y lo condena a la ignorancia.

Bien puede ser la Amalia de Mármol o la Santa Evita del otro patinador literario: Tomás Eloy Martínez.

 

El diseño cuenta con virtud aerodinámica en los cielos de los dictadores de la palabra pública. Por eso tiene el éxito y la difusión asegurados. No le faltará la prensa ni el galardón, necesarios para convertirse en uno más de los libros más comprados y menos leídos, pero no por ello menos influyente de los de los tiempos después de su tiempo.

Debería dejarme llevar por el deseo y creer que la Evita parida por su pueblo doblegará la insidia en esta nueva forma. Es tan posible como que yo no lo vea. Quizá sea testigo en cambio de la brutal paradoja de que los tahúres como Martínez se animen, de una vez por todas, a decir que en el fondo muy en el fondo, Eva Perón era antiperonista.

Si aún no han perpetrado este despropósito ha sido más por falta de imaginación que por ausencia de voluntad.

Es que como escritores son tan mediocres** que ignoran por ponerle precio a la palabra, que la palabra que vale es siempre temeraria.

 


* “Establishment» es un recurso de buen uso que han tenido los padres del pensamiento nacional, entre los que Arturo Jauretche ha sido el mejor “cliente». Es tiempo creo, de nacionalizar el concepto porque nombra una cosa que tiene en la Argentina un ejemplo desmesurado. Pensamiento establecido opone a pensamiento nacional mucho más que “establishment», porque esta última es tanto una política como una palabra importada que no alcanza a representar cabalmente a la institución colonial que intenta nombrar.

 

** La chatura de este tiempo ha llevado la palabra mediocre a sinónimo de mala calidad, de mérito nulo. En lo que atañe al escritor, a juicio propio que no es necesariamente verdad indiscutible (discutamos si place), Martínez es una pluma mediocre, no mala, pues cumple con los requisitos de la medianía. Su funcionalidad y su servidumbre al pensamiento establecido le han dado rutilancia. Pésimo y a veces malo es  Marcos Aguinis, que no ha tenido por ello menos logro.      

 

Pecado de prensa

El más mortal de todos los pecados es el de intentar democratizar la palabra pública.

La ira de los dioses se abate entonces sobre el intruso que profana los olimpos del decir del tiempo, prioridad y privilegio de los constructores de realidades y sus vicarías distribuidas por las capitales de occidente: el sistema mediático hegemónico.

Hoy como nunca, el espacio político está confinado a ser un suburbio del espacio mediático, y esa subordinación hace de los medios un sitio inexpugnable de la propiedad privada. La red de monopolios y oligopolios se afianza cada vez más. Esa es la tendencia, la de la concentración de la propiedad mediante el sistema corporativo que diluye la personería de los responsables de los medios y amenaza desde las oscuridades de los fondos del retablo con la mano poderosa de los grandes titiriteros.

Chávez acaba de cerrar un canal. En realidad lo cierra en el título, y en el copete de cada información no le renueva  la licencia. Está claro que los grandes medios no pueden hacer que una cosa pase, pero pueden ponerle el título para que de alguna manera (la manera de los medios) ocurra en sus escenarios.

Hace un par de años publiqué un librito* en donde puse en casos y conceptos unas cuarenta modalidades habituales de manipulación informativa. Podría esperarse que los muchachos hubiesen prodigado un poco de esmero como para sofisticar en algo esas operaciones. Pero no. Cada vez son más obvios, más groseros, más descuidados. Es que cada vez se sienten más impunes porque la concentración fortalece esa sensación. Es que, lo queramos o no, lo advirtamos o no, van camino al poder omnímodo.

Ya lograron desvirtuar  su propia naturaleza. Como todo el mundo debiera saber TODOS LOS MEDIOS SON PUBLICOS. La naturaleza, la esencialidad, la razón de ser de los medios es su carácter público. Luego los medios podrán ser gerenciados por privados, cooperativas, instituciones, organizaciones intermedias o el propio Estado, no hace al fondo de la cuestión.

Ese carácter público, esa naturaleza y esa razón de ser, son el reaseguro del derecho a la información y marca la responsabilidad que los gerenciadores de los medios tienen para con esa garantía. La propia libertad de prensa y de expresión son derechos a custodiar en función (y sólo en función) de la protección del derecho que tiene el ciudadano a ser informado y a saber cómo se le informa. Hay en la historia demasiados ejemplos en los que la libertad de prensa no garantizó el derecho ciudadano a la información, y no hay un solo caso a la inversa.

Una digresión. Apena, en este sentido, que Canal 7 diga de sí ser «La televisión pública» sin entender que más que endilgarse una condición que no puede eludir, consolida la voluntad de los medios en manos privadas de arrogarse el derecho de hacer con sus señales lo que se les dé la real y oligopólica gana. Cierro la digresión diciendo que apena, pero no sorprende.

La democratización de la palabra pública no logra plantarse como desafío, como objetivo, como propósito ni como parte esencial de un proyecto político nacional en ninguno de nuestros países. No está siendo visto por los que deberían verlo y está siendo ocultado por quienes medran con su desconocimiento, y confundido deliberadamente por los grupos económicos que los concentran bajo sus férulas.

El futuro amenaza con apremios contra los medios no hegemónicos y alternativos en desamparo legal y con la creciente inoperancia o complacencia de los Estados en sus responsabilidades de garantía y regulación.

Sin ley o con ley tramposa; así se vive mientras la prensa canalla pide «libertad» ante cualquier asomo de garantía para el  derecho a la información.

* Salven a Clark Kent. Exhortaciones ante la muerte del periodismo. Buenos Aires. Ed. Corregidor.

Esta entrada fue publicada el Lunes, 18 de Junio de 2007 a las 20:09

Mac Mitre

No hay cuestiones del pasado. Sabe, quien quiera saber, que lo que trae la revisión de los tiempos son preguntas sobre el presente que acucian por respuestas para el futuro.

La Argentina merece tanto como necesita de esas miradas. Tiene dos características que hacen imprescindible cumplir con esta demanda: posee alta politicidad contrastada con una pésima cultura política (ya lo había mencionado Perón en 1972) y, para empeorarla, vive en los tiempos en que el más nítido escenario de la política es el que conforma el sistema mediático concentrado; como se sabe, uno de los territorios en dónde con más prosperidad se da el pensamiento débil, los esperpentos de la intelectualidad módica, los alcahuetes y las plumas mercenarias.

De manera que, cualquier reproche contra la voluntad de revisión del pasado es, solamente, una acción simétrica y por lo mismo opuesta, para evitar preguntas sobre el presente. Como me considero parte de la iglesia, es decir parte del pueblo cristiano, y esta iglesia tiene jerarquía, le dejo al jerarca a cargo de estos silenciamientos las explicaciones que le quepan y me eximo ( y conmigo al resto) de tener que darlas. Además, como la mayoría de los cristianos, hace tiempo que les quité la administración de mi fe y mis comuniones.

Prefiero en cambio demostrar como, las mismas voluntades que propician renunciar por vía de la amnesia deliberada a la reconstrucción del presente, se obstinan en sintetizar todos los pasados posibles en relatos en dónde la ficción funciona como máquina matrizadora.

Pongo por caso el de esa versión teatral en dónde una mujer voluntaria y conceptualmente extranjera, Victoria Ocampo, es emparentada con una figura protagónica de la historia argentina como es Eva Perón. La tarea tiene un cometido menor, hacerle gozar a Ocampo por efecto de contigüidad, de una relevancia internacional y una trascendencia deseada desesperadamente por su gueto y lograda odiosamente por aquella «mujerzuela» de Los Toldos.

He aquí como nos salteamos un pasado sin revisar para construir sobre sus oquedades el pasado necesario. Esa es la técnica pictórica del patinado, consistente en enmascarar una superficie base y permitir algunos asomos de realidad para lograr una nueva y distinta apariencia en dónde nada se supone totalmente falso ni absolutamente verdadero. Es la metodología de truhanes como Tomás Eloy Martínez hoy, o José Mármol en el siglo XIX.

Ese maldito peronismo que no alentó una página del revisionismo histórico, pero que obligó a las alimañas a salir de sus escondrijos a la defensa de sus intereses por unos pocos años, demandó estas tareas intelectuales adicionales en el siglo veinte y en lo que va del XXI dado que se había puesto de hecho en cuestionamiento el relato de la historiografía oficial.

Función similar en la elaboración de pasados hamburguesa, la cumplen periodistas de bochornoso historial, humoristas elevados a politólogos, historiadores de curiosidades y coreógrafos piqueteros.

Cuesta poco imaginarse a Pinti, Castels, Ruiz Guiñazú o Valenzuela disputándose la mención del vendedor del mes en la cadena Mac Mitre de los expendedores de pretéritos vuelta y vuelta.

Si se olvida la piedra del tropiezo te toca caer dos y otras tantas veces como si se tratara de una piedra diferente.

Esta entrada fue publicada el Miércoles, 13 de Junio de 2007 a las 15:45

Saldar

¿Quién puede abstraerse de la discusión creciente sobre «setentismo», violencia y política, reinaugurada sobre el piso debacle del 2001?
Sea por reivindicación generacional, por huir del cono de la sospecha, por oportunidad en el mercado editorial o por esta compulsión periodística de no quedarse afuera de ningún tema de la «agenda», prácticamente nadie.
Bregan con distinta fortuna de consulta muchos investigadores serios en esa tarea: Anguita, Tarruella, Terán-Calveiro, por nombrar algunos de los muchos. También huellan, con escaso rumor, una treintena de testimoniantes y de incursionistas honrados que laten bajo la influencia bibliográfica de Haroldo Conti, Rodolfo Walsh como cabezas más elogiables.
Sin embargo, la sociedad mediática sólo acepta la realidad de un asunto, cuando esa realidad se expresa con la palabra de los medios. De allí entonces que, figuras y figurones, inocencias y especulaciones, invadan la cuestión en el terreno superficial de ese sistema.
Me es muy difícil hacer juicio sobre la reciente novela de Jorge Lanata, mucho porque no la he leído, poco menos porque aún no logro sobreponerme de la lectura de sus incursiones en el comentario histórico de «Argentinos». No creo que pueda recuperar el pulmón de la paciencia consumida en esa empresa.
No me hace falta por tanto esa lectura cuando hablaré apenas del sistema de la cultura contemporánea, sus cultores, y su necesidad de saldar y cristalizar en su relato institucional una idea de «los setenta, la política y la violencia» que agote toda discusión posible, desvíe cualquier intento revisionista que contradiga la estructura de ese relato e imponga, como siempre hace, su oxímoron básico: el del silencio atronador.
Nadie habla del pasado sino por razones del presente. La historia alecciona sobre esa necesidad humana.
Por alguna razón de este presente es que se simula una mirada sobre las formas de insurgencia de aquellos años y se evalúa con apuro por llegar prontamente a una conclusión. Aún no llego a esas razones, pero deberíamos explorar los cimientos sobre los que están armadas.
Me conformo provisionalmente con recordar lo ya aprendido sobre el carácter de la cultura mediática. Siempre ocurre lo mismo cuando ese sistema y el periodismo hegemónico como avanzada abordan estos intactos huesos de la historia: se trata no de saber sino de terminar con la pregunta.

Chesterton

La mentira del éxito

Han surgido en nuestros días, un tipo en particular de libros y artículos que creo firmemente que pueden considerarse los más idiotas que ha conocido la humanidad. Son más descabellados que la novela de caballerías más absurda , más aburridos que el más soporífero panfleto religioso. Con la agravante de que las novelas de caballerías trataban del ideal del caballero andante, los panfletos religiosos de la religión, pero estos no tratan de nada. Tratan de lo que llaman triunfar. En cada quiosco y en cada revista, encuentras obras que le explican a la gente como triunfar en lo qué sea. Están escritos por gente que ni siguiera triunfa en escribir un libro. Para empezar, no existe, por supuesto, el éxito. O, por así  decirlo, no hay nada que no lo sea. Decir que algo es un éxito sencillamente es decir que existe. El millonario es un éxito siendo un millonario y un asno siendo un asno. Cualquier persona viva triunfa en la empresa de seguir viviendo, y cualquier muerto puede decirse que ha tenido éxito suicidándose. Pero, al igual que hacen estos  escritores, pasemos por alto la mala filosofía y deficiente lógica de la frase, usaremos el sentido común de la expresión que dice que el éxito es ganar mucho dinero o triunfar en sociedad. Estos escritores pretenden decirle a un hombre corriente cómo puede triunfar en su trabajo o negocio. Si es un albañil, cómo triunfar poniendo ladrillos. Si es un agente de bolsa, cómo triunfar negociando valores. Pretenden decirle cómo, si es un tendero, se convertirá en el dueño de un yate, si es un periodista de tercera, en un par del reino, si es un alemán, en un inglés. Es una clara proposición mercantil  y creo que la gente que compra estos libros, si es que alguien lo hace, tiene el derecho moral, si no legal, de exigir que les devuelvan el dinero. Nadie se atrevería a publicar un manual sobre electricidad que literalmente no dijese nada sobre la electricidad, o una articulo de botánica que  dejase claro que el escritor no sabe que extremo de la planta hecha raíces en el suelo. Sin embargo, el mundo actual esta repleto de libro sobre el éxito y los triunfadores que, hablando estrictamente, no contienen idea alguna y apenas están redactados coherentemente.

Está muy claro que en cualquier trabajo honrado, cómo poner ladrillos o escribir libros, solo hay dos maneras de triunfar. Una es trabajando muy bien, otra engañando a la gente. Las dos son demasiado sencillas cómo para requerir que las expliques en un libro. Si te dedicas al salto de altura, o saltas más alto o de alguna forma aparentas que lo has hecho. Si quieres triunfar jugando al whist, o juegas muy bien o llevas cartas marcadas. Puedes desear un libro sobre el salto de altura, puedes desear un libro sobre la cómo jugar al whist, puedes desear un libro sobre la manera de hacer trampas jugando al whist. Lo que no puedes desear es un libro sobre el éxito. Y menos como los que encuentras por centenares esparcidos por el mercado editorial. Puede que desees saltar o jugar a las cartas, pero lo que no puedes desear es leer frases inconexas que te dicen que saltar es saltar o que los juegos los ganan los ganadores.

Si, por poner un ejemplo, esta gente escribiese algo sobre el éxito en el salto de altura, sería algo así: El saltador debe tener un objetivo definido en frente de sí. Debe desear saltar más alto que los demás competidores. No debe permitir que patéticos sentimientos de piedad, propios de pacifistas o partidarios de los Boers, le frenen a la hora de dar lo mejor de sí mismo. Debe recordar que una competición de salto es competitiva y como Darwin ha declarado para su gloria LOS DEBILES AL PAREDÓN.

Esto es lo que pondría en un libro de estos. Podría resultar sin dudarlo, muy útil. Sobre todo si se lee, en voz baja y tensa, a  un hombre joven que estuviese a punto de participar en una competición de salto.

O supongamos que estos filósofos del éxito, en uno de sus paseos, se encontrasen con nuestro segundo ejemplo. Eso es lo que dirían: jugando a las cartas, es necesario evitar el error, en el que incurren con frecuencia humanitarios sentimentales y partidarios del libre comercio, de permitir ganar al contrario. Hacen falta agallas y entrar para ganar. Los tiempos del idealismo y la superstición han pasado. Vivimos en una época de ciencia y sentido común, y se ha demostrado científicamente que en un juego para dos personas, GANA UNO DE LOS DOS.

Por supuesto, todo esto es muy  emocionante. Pero jugando a las cartas, preferiría tener un librito que explicase las reglas del juego. Más allá de las reglas del juego, es cuestión de talento o de falta de escrúpulos. Ya me ocuparé yo de proporcionar uno u otra. Aunque no diré cual.

Cogiendo un ejemplar de una revista de amplia circulación, me encuentro con un ejemplo raro y divertido. Es un artículo titulado «El instinto que enriquece a la gente», en su primera pagina hay un retrato enorme de Lord Rothschild. Hay mucho métodos concretos, honrados y fraudulentos, de amasar una fortuna. El único instinto que conozco que haga esto, es el instinto que la teología cristiana llama, con tanta ordinariez, «el pecado de avaricia». Lo que, por supuesto, queda al margen de la cuestión que nos  ocupa. Citaré un párrafo, una muestra exquisita del típico consejo sobre la manera de triunfar.  Es tan práctico que apenas deja lugar a la duda sobre cual debe ser el siguiente paso.

El apellido Vanderbilt es sinónimo de riqueza amasada por empresas modernas. Cornelio, el fundador del clan, fue el primer gran magnate americano del comercio. Empezó en la vida como el hijo de un granjero pobre, terminó siendo veinte veces millonario.

Suyo era el instinto de ganar dinero. Atrapó al vuelo las oportunidades que le proporcionaron las maquinas de vapor, el comercio trasatlántico y el nacimiento del sistema de ferrocarriles en Estados Unidos, dotados de recursos materiales que estaban por explotar. Por todo ello, amasó una fortuna inmensa.

Por supuesto, esta claro que no  se pueden seguir exactamente los pasos de este monarca de los ferrocarriles. Las oportunidades concretas que se le aparecieron no surgen ante nosotros. Las circunstancias han cambiado. Pero aunque esto sea así, en nuestro entorno podemos aplicar sus métodos generales. Podemos atrapar las oportunidades que se nos ofrecen y así darnos a nosotros mismos una buena posibilidad de alcanzar la riqueza.

En estos comentarios tan raros, vemos claramente lo que subyace en estos artículos y libros. No es simplemente el mundo de los negocios, ni siquiera el puro cinismo. Es misticismo, el horrible misticismo del dinero. El autor de ese párrafo, esta resulta evidente que no tenia la más remota idea de cual fue la manera en que Vanderbilt amasó su fortuna  ni de la manera en que nadie lo hace.  Termina su argumentación defendiendo una especie de plan que no tiene nada que ver con Vanderbilt. Simplemente, ansiaba postrarse a los pies del misterio de un millonario. Porque cuando de verdad se adora algo, amamos tanto su claridad como su oscuridad. Nos sentimos exultantes ante su invisibilidad. Por ejemplo, un hombre que ama a una mujer encuentra un placer especial incluso en los momentos en que ella se muestra poco razonable. O, por poner otro ejemplo, un poeta místico muy piadoso, alabando a su creador, se enorgullece al decir que misteriosos son sus caminos.

Ahora bien, el autor de este párrafo, es evidente que no quiere saber nada de Dios y a juzgar por lo poco practico de su carácter, es dudoso que alguna vez conociese, de verdad, el amor de una mujer. Pero trata al objeto de su adoración, Vanderbilt, con idéntico misticismo. Se regodea en que su dios, Vanderbilt, le oculta algo. Tiene el alma embelesada de astucia, un éxtasis propio de un sacerdote, con la pretensión de que va a revelar a las multitudes el terrible secreto que él mismo ignora.

Hablando del sentido que enriquece, el mismo autor escribe:

En la antigüedad, su existencia era claramente reconocida. Los griegos la sacralizaron en la historia de Midas, que convertía en oro cuanto tocaba. Su vida era un paseo por entre la riqueza. Convertía en metal precioso todo lo que se le ponía por delante. Una leyenda estúpida, dijeron los sabios victorianos. Una verdad, decimos hoy en día. Todos  conocemos hombres semejantes. Siempre estamos leyendo sobre hombres capaces de convertir todo en oro, incluso les vemos en persona. El éxito les sigue como un perro faldero. El sendero de su vida siempre les conduce a las alturas. Son incapaces de fracasar..

Pero, desgraciadamente, Midas podía fracasar. Fracasó. El sendero de su vida no le condujo siempre hacia las alturas. Se murió de hambre por que cada vez que tocaba una galleta o un bocadillo de jamón se convertían en oro. Eso era lo fundamental de la historia por más que el autor lo censure. Lo que me parece de muy buena educación al escribir al pie de un retrato de Lord Rothschild. Las viejas fábulas de la humanidad son, en verdad, insondablemente sabias, no debemos permitir que las censuren para favorecer a Lord Rothschild. No debemos tolerar que nos pongan a Midas como modelo de éxito. Fue un fracaso de un tipo raro por lo doloroso. Además tenia orejas de burro. Como otras personas  prominentes y ricas, intentó ocultarlo. Si no recuerdo mal, busco a este respecto la confianza de su barbero. Y fue su barbero, quien en lugar de comportarse como un triunfador de la escuela del éxito a toda costa y chantajear a Midas,  fue y susurró este magnifico cotilleo a los juntos, que disfrutaron del mismo enormemente. También se dice que los juncos se lo susurraron a los cuatro vientos mientras estos les mecían. Contemplo admirado el retrato de Lord Rothschild, leo admirado sobre las andanzas del Sr.Vanderbilt. Sé que no puedo convertir en oro cuanto toco. Pero es que nunca lo he intentado porque prefiero otras cosas, como la hierba o el buen vino. Sé que estas personas ciertamente han triunfado en algo, es seguro que han derrotado a alguien, sé que son monarcas de una manera en que ningún hombre lo fue previamente, que crean mercados y dominan los continentes. Sin embargo, me parece a mí  que nos están ocultando alguna pequeña anécdota de su intimidad domestica, y, a veces, he creído  escuchar en el viento las carcajadas de los juncos.

Esperemos al menos que viviremos para ver estos absurdos libros cubiertos del escarnio que merecen y siendo olvidados. No enseñan a la gente a triunfar pero sí a ser arrogantes sin razón. Enseñan una poesía maligna de lo mundano. Los puritanos siempre están atacando los libros que excitan la sexualidad. ¿Qué  haremos con libros que excitan las pasiones más mezquinas del orgullo y la codicia?

Hace cien años, contábamos con el ideal del aprendiz trabajador. Se decía a los muchachos que si trabajaban mucho  y ahorraban llegarían a ser senadores. Era mentira pero era viril. Contenía al menos algo de verdad moral. En nuestra sociedad, la templaza no ayuda a un hombre pobre a enriquecerse pero eleva su autoestima. Un trabajo bien hecho no le hará rico, pero le convertirá en un buen trabajador. El aprendiz trabajador ascendía por medio de virtudes que eran estrechas y angostas. Pero eran virtudes. ¿Pero qué se puede hacer con este nuevo evangelio del aprendiz trabajador que asciende, no por medio de sus virtudes, si no dejándose llevar descaradamente por sus vicios?