Archivo de la categoría: Publicaciones

El Almirante Castro

Perdón a Walter Nelson, a los Almirante Brown ( el de Capusoto y el otro), a los Fideles Pintos y Castro, a Castromán, a Mandela. Perdón a todos, en nombre de los que creen que todo es lo mismo y que cualquier cosa es algo.
 

Nelson Castro es una empresa dependiente del periodismo hegemónico resuelto en el sistema mediático concentrado de la Argentina. En ese sentido es un actor preponderante del sistema que legaliza la dictadura en 1980 con la actual Ley de apropiación mediática conocida como Ley de Radiodifusión.

Cierto es que apareció formalmente en 1994 gracias a la amputación de piernas de Maradona, cuando calificó de médico legista periodístico descargando su insidia contra la efedrina de entonces, el Maradona de entonces y sus aversiones de siempre: lo popular y lo nacional.

Nelson Castro conoce muchos departamentos en el mundo, ya que no el mundo, puesto que el mundo tiene demasiado por conocerse a pesar de la versión que el periodismo de las agencias internacionales sintetiza en los formatos Miami de la CNN. En uno de esos departamentos del mundo lo sorprendió el atentado a las gemelas. Pum para arriba. La empresa empezó a cotizar en el nivel siguiente.

 

Bien entonces: eso es Nelson Castro. Cuotas módicas de insidia, prejuicios muy estables, inteligencia menos que media, formación de médico, standards de modosidad y afectación elegantes, y un creciente sentido del oportunismo a lo que dé lugar.

 

Esta semana se propulsó víctima de la censura kirchnerista. Vana es la realidad con ser muy otra, porque la superempresa de la que depende el periodista independiente y que involucra muchos intereses y empresas, tiene el privilegio del grito mediático. Ese grito tapará la cuestión real: el Almirante Castro pretendía 225 mil mensuales en lugar de 140 mil. La empresa libre de la libre empresa no gustó del número independiente del libérrimo periodista.

Es que para un ético de la talla de este Nelson  un 62 por ciento de diferencia es un asunto de la moral.

Poco vale el hombre que tiene que más tener para ser mejor en el mundo.

Y no hay “na má” diría el gitano.

 

Ni censura, ni gobierno intolerante a la palabra adversa, ni semáforos rojos para los antirrojos de la SIP, ARPA, ADEPA y todas las organizaciones de la dictadura mediática planetaria.

 

Nunca se escuchó a Castro hacer crítica a la falta de política ferroviaria del gobierno K. A mí sí y a varios ni hablar.

Nunca se escuchó ni se leyó a Nelson fustigar a las áreas de acción social del gobierno para que aceleren con el auxilio porque hay gente que no tiene desesperación agraria sino real. A mí sí y a varios ni que decir.

Jamás se le adivinó al Almirante un gesto de disgusto ante las demoras y dilaciones en materia de política energética. A mí sí y a muchos otros: válgame Dios.

 

Con todas estas ausencias de decir y de gritar, resulta el hombre, por los favores del sistema del que depende siendo independiente, un periodista opositor. Si señor, opositor y victima, razón de dolor y de protesta de las escandalizadas clases medias.

 

Qué cagada ser oficialista, no tener moral de porcentaje, superar la medianía intelectual y tener esa férula mierdosa de la honestidad guiándote los actos como mirada de padre.

Uno sería idiota feliz en un país de infelices, un amoral creído de moralista, un Almirante Rojas pero de apellido Castro.

 

Los calientes, los fríos y los helados

Los medios concentrados, cara discursiva de los grupos económicos concentrados dicen que está todo bien. Lo dicen con lenguaje publicitario, que es el único que entienden, ya que cuando tienen que salir a debatir la propuesta de ley de comunicación audiovisual que quiere reemplazar a la ley de radiodifusión de la dictadura, solo ofrecen mendacidad y balbuceo.

Dicen que está todo bien, que ya la “gente” elige, que tiene de dónde, que la multiplicidad de gustos, variedades y matices que oferta el sistema mediático tal como está garantiza que nadie se quede sin representación a la hora de consumir.

Vemos así a un “tercera edad” que dice en un spot que él ve Discovery kids, o a una veinteañera rubicunda explicar sus satisfacciones por la diversidad de programas de cocina. Bien pudiera haberlos de tai chi, ikebana, sexo tántrico y velocismo sin que por ello se alterara el gran atentado que significa para la democracia el actual marco legal de los servicios de comunicación audiovisual. Pues es que no se trata de la cantidad y diversidad de gustos que tenga la heladería, se trata de que debe haber muchos heladeros, de que hay gran vocación por la heladería y gran necesidad de un país lleno de fabricantes y distribuidores de helado. De eso se trata. O la propia idiotez apela a la idiotez que suponen de “la gente”, o solo estamos en presencia de mala intención, de interés embozado, de inmoralidad.

Es que es demasiado claro, de evidencia ineludible, hasta para la mente más abstrusa.

Los calientes creemos que esto es la muestra anticipada de todo lo que nos espera antes de que el congreso sancione una ley salvífica para la democracia. Los fríos miran para otro lado y especulan con un fracaso.

 

«Uno trabaja para el éxito»

La definición le viene desde detrás del grueso maquillaje, un blindado de emulsiones que ya es ella misma, su totalidad de máscara, el escudo que la defiende de su insignificancia: “Uno trabaja para el éxito”.
Transida de vanidad, Mirtha acaba de sincerarse.
Claro que nadie hace nada en ansia de fracaso. Pero lo que hace trascendente cualquier hacer humano es, justamente, el hecho de que lo que hace trasciende al hacedor.
Se trabaja para curar, confortar, mejorarle la vida al otro, tanto si se es médico, cura o cómico, y cuando viene el aplauso, el agradecimiento o la sonrisa el trabajo se muestra terminado, pero es sólo eso, un aviso: el domingo es mucho más que la campana.
Pero ella nunca lo sabrá. Amante de lo fatuo, envanecida de los amores distantes que ofrecen las plateas, alimentada de la vanagloria que produce el autógrafo, jamás sabrá que se trabaja para otro con el objeto de que lo que se hace sea trabajo.
Su hato de prejuicios, su insidia, su ignorancia, su inteligencia módica, su desprecio por la naturaleza humana, continuarán haciendo el mal. Y en ese hacer seguirá cosechando éxitos.
 

Los Veteranos de la ningunaguerra

En 1985 escribí esto, fragmento de un intento de poema de mayor extensión:

Tan sólo me encontré perdido en un tablero de absurdas diagonales

en donde los más descomprometidos ,livianos y banales

se disfrazaban de mí mismo y festejaban

un triunfo por el que no habían luchado.

Y yo era el derrotado.

Sabía que alguna vez podría exponerlo libre de todo resentimiento y en función de una explicación útil en dónde encontraría multitudes de “identificados”. Hoy hartan menos (porque estamos más viejos) las falsas chapas de luchadores. Pero igual joden, sobre todo cuando se usan para habilitar posiciones reaccionarias y antipopulares yéndola de veteranos de guerras tan falsas como supuestas.

Vuelvo al pasado, pero un poco más cercano, 1994. Este es un fraghmento de “Salven a Clark Kent…Exhortaciones ante lamuerte del periodismo” que publiqué en 2005. El personaje soldado es fácil de reconcer, ya no lucha contra el menemismo pero tiene la casa llena de medallas. Digo yo.

 

 

Menem iba por la reelección.

 

Quería que la novia se entregara por derecho tanto como por deseo. Así fue que abrió la calle de su derrotero histórico pavimentándola con una nueva constitución, obra civil que además de lo obvio tradujo las necesidades de los grupos que tanto lo soliviantaban como lo empujaban hacia el futuro.

 

El gesto llevó a las puertas del delirio cualquier vindicación posible de la Constitución del 49, la última base jurídica legítima incontrastable que había sido derogada y reemplazada con amputaciones por un mamarracho.

 

Durante 28 años esa macilenta Carta Magna, la de 1956, sirvió tanto para toda variedad de atropellos al derecho político como para la perpetración de la mayor enajenación económica de la historia, sólo superada por la que vendría después de su reforma. Apenas algunos de los derechos del trabajador se habían salvado de la demolición constitucional comprimidos en ese 14 bis tan obsequiado por los juristas.

 

Había en 1994 entonces, un propicio momento para mirar hacia atrás como quien busca el porvenir.


Pero no. Había en los medios otras necesidades.

 

Ernesto fue destacado en la convención constituyente por el diario. Era joven. En realidad hoy uno lo ve y siente que siempre fue joven, que lo seguirá siendo indefinidamente. Versión desangelada de Hughes Grant  la televisión le otorga patente de transgresor acomodados a las formas requeridas por las nuevas expectaciones y por el nuevo público. Un público que aplaude de corazón la música de la insolencia sin entender casi nada de la letra.

 

Esa tarde de invierno santafesino, en un bar a doscientos metros del paraninfo de la Universidad del Litoral, las cavilaciones de Ernesto navegaban otras honduras distintas de las que podría provocar la historia que se estaba cerrando bajo los pies de los argentinos.

 

Vio a Alberto garrapateando notas sobre un informe de prensa surgido de las oficinas dispuestas en torno al gran circo convencional. Se acercó con aires livianos altamente contrastantes con la sombría y contracturada actitud del otro.

 

Porque Alberto estaba viejo, arrasado, trasegado por los tiempos de resistir, y se refugiaba automáticamente en lo que estos tipos llamaban rigurosidad. Ratas de hemeroteca, viviseccionadores de documentos, rastreadores de incomprensibles insignificancias invendibles cuya trascendencia estaba más en manos de los historiadores que de los jefes de redacción y los dueños de los medios. Ernesto sabía que Alberto era de esos. Un loser  a todas luces y sombras.

 

Alberto Sombras hurgaba papeles en su maletín raído mientras se retorcía frente a la barra de ese revivido café santafecino. Ernesto lo saludó con la displicencia que, parece ser, es la apariencia imprescindible del periodista, una pizca de detective de novela negra y un dejillo de asomada bohemia. Algo que en suma tiende a decir: detrás de este pibe de aspecto difuso, se esconde mucho más de lo que puede advertirse a primera vista.

 

Alberto Luces chispeó – ¿Y nene….llegaste a leer lo de la Constitución de 1826? –

 

Asomaron las paletas separadas más sobre el labio inferior que de costumbre, casi como enjugando saliva en fuga.

 

-No – dijo terminando de descubrirse hasta la encías – se me ocurrió una nota sobre las barrigas de los constituyentes. Formas de abdomen que pueden insinuar abundancia o descuido, algo de más color. ¿Viste que la panza y lo burgués y el mal gusto funcionan en paralelo? Bueno…me iluminó. Tiré la idea y en la redacción les pareció excelente.-

 

Alberto Luces y Sombras tardó en reaccionar.

 

Tardó como quince años.

 

Tanto tardó, que ya era tarde.

 

Me pareció mejor traer esta vieja bronca, gastada y sin filo, que dejar que me gane una nueva, mejor destinada para los verdaderos enemigos.

 

Esta entrada fue publicada el Lunes, 24 de Agosto de 2009 a las 16:40

Hay mucho danger

Por Tato Contissa

Aguardientes

“Hay mucho danger…hay mucho danger…” rapea muy flamenco, Ojos de Brujo, un grupo musical andaluz, con voces templadas por siglos con colores castellanos, moriscos y posmodernos. “Hay mucho danger…hay mucho danger…”

En la tele del café, el gran Buenos Aires transcurre su mañana insertadas las imágenes horrorosas de este día: Bagdad. Pero esta vez una referencia al pasar de que allí sigue sucediendo esa ingeniería indescifrable del desastre. Entre metales apiñados y restos irreconocibles yacen, seguramente, un montón de destinos interrumpidos en postales a las que te vas acostumbrando, pero que igual despierta esa sensación de imponderable vacío. ¿Por qué será que no es el dolor ni la misma muerte lo que más lacera, sino esa interrupción de futuros, ese número creciente de promesas que no se van a cumplir, o peor, la corroboración de que esas personas ya estaban muertas desde siempre?

“Hay mucho danger…hay mucho danger…”

La magnitud de la tragedia asoma también sus cartas más mezquinas…a alguien le convendría más que fuese la ETA que un grupo fundamentalista islámico…al mundo, igual, le debe dar lo mismo…pero no le da…no…no le da lo mismo… El domingo hay elecciones con unos pocos electores menos…estadísticamente nada…mediáticamente mucho…

Hay mucho danger….hay mucho danger…

La televisión y la radio son ojo y voz de lo que ocurre, a veces. Hoy las papeleras y el conflicto en Aeroparque ocupan el espacio que bien podrían ocupar las acciones militares en el norte de Irak. Si alguien decidiera que lo que está pasando pase en los medios, a las 10 de la mañana los diarios de hoy se habrían condenado a ser lo más viejo que pueda uno imaginarse, los matutinos de hoy se volverían más viejos aún que lo de ayer.

Que mezquino es cualquier pensamiento que no se encuadre en este sobrecogimiento y este ahogo que no me deja pensar. Porque esta sucediendo, porque aún cuando no subamos on line en la tercera de la derecha, está sucediendo, la muerte del terrorismo occidental en medio oriente trabaja y se ubica en todas las columnas de la realidad “on live”.

“Hay mucho danger…hay mucho danger….”

¿Por qué será que lo más valioso resulta ser siempre lo más vulnerable? Me viene de golpe aquel obrerito muerto en el tranvía caído al riachuelo que movió la pluma del dolor de Raúl González Tuñón. Imagino bolsos revueltos entre los desechos de cualquier ataque abrigando historias parecidas a las de aquel sanguche de milanesa. Pero entonces había sido un accidente en el mundo, hoy el mundo parece ser un gigantesco accidente.

“Hay mucho danger…hay mucho danger….”

Cruzo la calle a compartir ese millón de rutas que se ignoran mutuamente y que llamamos ciudad. ¡Qué frágil todo! ¡Que infinitamente frágil todo…!

De pronto, espabilo, sé por qué me muerde así, así de poderoso. También viajo yo, a diario, con mi pequeña humanidad, con mi fragilidad de uno entre millones en un tren siniestrado, o caminando la calle donde el estallido resulta ser la única palabra. También nosotros estamos en el mundo en dónde hay demasiado, demasiado “danger”.

La obligación de la felicidad

Por Tato Contissa

Aguardientes. Segunda Temporada.

El cura acababa de convertir un festejo familiar, unas emociones en racimo concurriendo a la victoria del esfuerzo, de la voluntad, del tesón, del empeño, de cualquiera de las palabras que nombran al nervio motor de la condición humana, todo lo acababa de convertir el cura en una cuestión argentina.

No sé cómo lo hizo, me parece que le vino de una convicción profunda, de esas certezas irrefutables que tienen los tipos como el cura Horacio.

Nos encontrábamos allí para el acto de una colación de bachilleres adultos. Esta otra historia es mejor de lo que yo puedo contar, pero la sintetizo diciendo que se trataba de un grupo de adultos que habían emprendido la tarea de hacer el secundario para tener una herramienta mejor a la hora de apoyar a sus hijos, de contenerlos, de hacerles mejor lugar en el mundo.

En tiempos en que lo único que uno ve a la vera es desolación, en los que entender el presente demanda protectivas y abundantes cuotas del más cínico escepticismo, en estos tiempos es que la prepotente inocencia de ese cura suena como un piedrazo en un campanario.

La palabra les hacía recordar a los que acababan de triunfar que el logro había sido una creación del conjunto, que si era legítimo vivirlo como una realización personal, era el entramado de voluntades la victoriosa red que acababa de recoger un resultado. Y más, los comprometía a no abandonar ni la idea ni la fuerza ni el sentido colectivo, porque había más por lograr. Y que ese logro por venir (y aquí viene la audacia de corazón por excelencia) era nada más y nada menos que la felicidad.

Y yo, con las pesadumbres que resultan de cargar todo en la cabeza y demasiado poco en el alma me dije: —¿Este cura está diciendo que la felicidad es una obligación? ¿Este pibe de ojos limpitos y palabra sencilla me está diciendo a mí, un campeón de la melancolía y un refugiado habitual de la tristeza que la felicidad es el imperativo categórico de los argentinos? ¿Este tipo, sin que nadie lo interrumpa o lo apedree, o lo bañe de ruidosa indiferencia viene a proclamar tan suelto de cuerpo que este asunto de la felicidad es nada más y nada menos que “la felicidad del pueblo”?

No la felicidad como una fugacidad, como un mendrugo ilusorio que resplandece por instantes en medio de la oscuridad de la vida cotidiana, de la rutina, de la desazón, de la resignación ante la defectuosa condición humana. Tampoco la felicidad como una utopía, como la persecución de un objetivo que, aún cuando inalcanzable, nos permite vivir la ilusión y aliviar nuestro oscuro y fatigoso derrotero. No. La felicidad ahí, palpable, contante y sonante, la felicidad por ventanilla. De eso nos hablaba ese cura, esa mañana con un sol que parecía darle la razón. De la felicidad como destino colectivo, y por lo tanto como obligación, a la que nadie puede desertar. Las pruebas del compromiso las señaló para esa ocasión, en hombres y mujeres hacedores de un logro, irrefutables muestras de oro que atestiguaban sobre la existencia del gran filón.

Esa mañana me decidí a asociarme al compromiso de la felicidad. No sin esfuerzo, ya que siempre me fue trabajoso cumplir con mis obligaciones.

La verdad de la milanesa

Por Tato Contissa

Aguardientes. Segunda temporada.

En afán de aclarar frases que se escuchan a diario, alguien, no recuerdo quién, me contó así esta historia.

En el siglo XII, Milán florecía como ciudad inigualada en las artes. Los faldeos de los burgos milaneses se atestaban de artesanos, ingenieros mecánicos, pintores, escultores al paso, fileteros, tejedoras de crochette, yeseros finos, gomeros, alambradores y profesores de Bonzai.

En la Vía Vilegas, epicentro de la actividad, Giacomma Valvedrinni, hija de humildes labriegos y oriunda de los suburbios de la ciudad, destacaba del abigarrado paisaje de la Feria por su belleza inigualable. Ni las mujeres de la corte, ni la galanura de las hembras nobles podían disputar siquiera con el esplendor de esa mirada esmeralda con destellos dorados. Ninguna reina podría superar su porte. Ninguna aristocracia podía emparejarse a la escultórica figura de la villana.

Tanta fue su fama que llegó a oídos de Fabrizio Calcátimo Condittieri, Duque de Bérgamo, quien con ánimo galante, curiosidad juvenil y consecuente calentura, cabalgó hasta Milán para comprobar los dichos que enturbiaban sus sueños y lo habían condenado a horas de sospechados encierros en su cuarto de baño.

La tarde de su arribo Fabrizio comprobó que lo que le fuera contado era injusto por escaso ante el esplendor de la belleza de Giacomma. Sin vacilación y sin descabalgar, secuestró a la plebeya llevándola en la grupa hasta el montecillo más próximo al linde del villorrio. Se apeó. La bajó de su caballo y la tendió sin más sobre la blanda hierba del reverdecido prado. Sin decir palabra, recorrió con sus ojos y sus manos toda la plenitud de la belleza. Y cuando arribó allí, al íntimo lugar donde la tibieza prometía el máximo goce del amor carnal, Fabrizio descubrió que Giacomma tenía “algo más” que lo esperado en una niña. Tal fue el estupor, la sorpresa y el horror que atacó su ánimo, que al partir raudamente en su corcel sobre la grava diamantina del camino, cubrió al travieso Giacommo Luiggi Antonino Valvedrinni (así su nombre completo) de una fina capa de tierra y arenizca (rebozo que se recuerda hoy con el pan rallado y el huevo batido en la cocina europea).

Fabrizio y su ansiosa epopeya habían descubierto, sin querer, la verdad de la milanesa.

Alguien tiene que decirlo… y como siempre…

Hace seis años publiqué un trabajo que me llevó siete: Exhortaciones ante la Muerte del Periodismo, bajo el nombre de fantasía “Salven a Clark Kent”.

Allí se acuñaron ideas frases que hoy se usan con gratuidad de royalty como “periodismo hegemónico” o “sistema mediático concentrado”.

Sin embargo, nunca en todo el texto, hubo un planteo que se asimilara a una guerra interna entre grupos de empresas periodísticas, que es lo que se está dando, con la necesidad desesperada del Monopolio Clarín y  la especulación de un grupo de empresas disputantes de ese imperio con alianza táctica al Gobierno Nacional.

Todas esas empresas, hoy pro oficialistas, fueron partícipes del aquelarre post menemista de la Alianza consiguiendo perdón en la ignorancia y el descuido que los gobiernos peronistas suelen tener sobre los asuntos de la política de los medios y la gestión cultural, complejo de inferioridad que trato en otro lado.

Así las cosas, tropezamos hoy con la proscripción del peronismo en todos los medios del Estado, ya que no puede pretenderse que los medios de gestión privada abriguen a esos incordios que suelen tener palabra para lo que piensan mucho más que para lo que necesitan. De manera que podrá quien quiera revistar todos y cada uno de los segmentos periodísticos del espectro estatal de medios sin poder encontrar a ningún hombre que curse el peronismo siquiera culturalmente. Estaría mal si se tratase éste de un gobierno de otro signo, pero resulta horrible cuando es, como le es, de un auténtico gobierno peronista.

Bueno sería que pudiera argüirse la poca calidad de los profesionales que este cuño ideológico (digo el peronismo) puede ofrecerle a los medios, pero vista la lista de personalidades anodinas, profesionalidades chatas, y figurones de cartón piedra que ostenta la otra parte del espectro, ese argumento no puede lograr siquiera el asomo.

Muchos argentinos se sorprenden hoy con el supuesto trastorno de la posición de algunos periodistas venerados años atrás. Digo Lanata, Tenembaum o quien quiera que diga.  Se asombran de verlos jugados a favor de los monopolios, aún poniendo en duda sus convicciones democráticas y los blasones logrados “cuando era muy fácil hacer de progresista”. Prepárense todos a cualquier otra destreza de equilibrio del nuevo oficialismo si se llegara a dar la desgraciada circunstancia de una derrota electoral el año que viene. Ahí sí, comenzarían a vivir de periodismo pseudo opositor, revestidos de toda independencia como garantía de la diversidad del nuevo espectro y, las nuevas voces aparecidas al calor de estos días iniciales de la nueva ley de servicios de comunicación audiovisual, pasaríamos a habitar las catacumbas, una vez más. Porque claro, nosotros no cruzamos la calle, porque somos adoquines de esa calle, severos de convicciones y resignados a ser lo mejor de la historia o no ser nada.

Que eso no pase, es mi deseo. Pero mi deseo cumplido no va a evitar que se frustre por enésima vez la democratización de la palabra pública. Si lo que debe ser una apertura se convierte en el negocito de un par de productoras a favor del atontamiento que muestra la política de comunicación, estamos fregados. Muy fregados.

Tato Contissa, el Martes, 12 de octubre de 2010 a la(s) 23:16 ·

Andares compañeros

Yo no invito pero invito

a andar sin peros

compañera compañero

con el cansancio en ritmo

y el redoble de todos los pasos que se dieron.

Porque antes que nosotros estuvieron.

La marcha es ancha y el sendero angosto

como un desfiladero.

Son los riesgos de la historia

que se escribe sobre el suelo.

Me devoro los miedos mientras ando

y a todos los amores me los bebo

y solo necesito de tu marcha antigua

y contigua compañera compañero.

Marcha de  pueblo si las hay de viejas

de pueblo que no ceja y anda

cargándose los tiempos a la espalda

y cantando por delante de las rejas.

Libre de libertados conseguidas

por el amor y el imperio de la lucha.

Mucha libertad y digo mucha

porque decir toda no me alcanza

el pueblo avanza con la fervorosa furia de la vida.

Yo no invito pero invito a hacer destino

Necesito tus pasos marcándome la marcha

Compañera compañero sin demora

Miremos juntos y hagamos el camino.

Tato Contissa, el Martes, 18 de enero de 2011 a la(s) 0:33 ·

Ante tanto lameculos

Sergio Massa desnudo en sus convicciones por las infidencias del Wikyleaks, Alberto Fernández fotografiado una vez más con los factores de poder que lo sostuvieron en un cargo desde el que erosionó el poder del gobierno, Martín Lousteau principal responsable del mamarracho original de la 125 cuestionando la política económica del gobierno más exitosa que nunca. La lista se engrosa con tipejos curioso como Torcuato Di Tella, o algunos que no hablan pero se alían con el enemigo en el terreno de los negocios. No hay duda, la entereza ideológica de una gestión es directamente proporcional a la cantidad de traidores que es capaz de generar.

Como contrapartida otros se van del gobierno en silencio respetuoso y con la consideración de todos los hombres y mujeres de buena fe de adentro y de afuera. Bielsa, Taiana, para normar solo a algunos.

Es curioso que los más insignificantes sean los más traidores, esa es una relación que no alcanzo a poner en ecuación debidamente. Pero un cuatro de copas como Fernández, solo existente a partir de Kirchner, o un tecnócrata de vigésima línea como Lousteau, o un cajetilla trepador como Massa, seres de oscuras trayectorias se presentan como los más comprometidos con la insidia, la mendacidad y la rosca destituyente.

Para tener en cuenta, para que la presidenta tenga en cuenta, porque el costo político es de ella pero el costo social e histórico es el de todos los argentinos.

A este tipo de canalla no le interesa en absoluto otro destino que el de sus insignificantes vidas individuales. Siempre conviene detectarlos a tiempo.

Me tomo el trabajo porque tenemos un periodismo oficialista muy elegante cuando no timorato a la hora de poner estos puntos en papel, y contamos con unos intelectuales adeptos al gobierno que no quieren cruzar rubicones y entrar en la ciudad de la discusión armados. Yo no soy tan periodista como los primeros y he trabajado el pensamiento argentino como propio más que los segundos, de manera que soy el que se pone.

De manera que mire bien señora presidenta, que sus errores son los nuestros.

Tato Contissa, el Lunes, 6 de diciembre de 2010 a la(s) 21:01 ·